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El más grande de los deportes

Guillem Carrión Llorens

 

Desde que empecé a colaborar en esta web he querido hacer un artículo sobre porque me gusta tanto el rugby. De pronto, un amigo mío, de nacionalidad suiza, sube en su DM un artículo del diario francés Le Fígaro y tras leerlo pienso: «¡Esto es lo mismo que yo siento! Por eso me gusta el rugby». Así que voy a aprovechar el hecho de que soy licenciado en traducción e interpretación de inglés y francés, para que podáis leer, los que no domináis la lengua de Descartes, Flaubert y Dumas, «Por qué el rugby es el más grande de los deportes». Traducción del artículo de David Reyrat publicado en Le Fígaro el 7 de septiembre de 2011:

 

«Lo que sigue puede, una vez más, no gustar a algunos. ¿Qué más da? Así que voy a decir, alto y claro, que el rugby es el más bello, el más grande, el más noble de los deportes. El ciclismo, el boxeo, la vela se le acercan. También exigen llegar al paroxismo del dolor. Pero esa disciplinas se practican en solitario. El rugby, único deporte de lucha colectivo, va más lejos. Pues reclama lo absoluto: sacrificarte por tu compañero de equipo, tu hermano de armas.

 

»Aceptar esto es entrar de lleno en la humanidad. Porque requiere humildad y generosidad, valentía y confianza. No hay ofrenda más fuerte y hermosa que ofrecerse en sacrificio uno mismo; ese sufrimiento aceptado para proteger al compañero.

 

»Quién no haya vivido esos momentos de total fraternidad en un vestuario de rugby no podrá comprender, ni aceptar esas palabras. Al contrario, se burlará de ellas, dirá que son pretenciosas. Pero los que han jugado saben que son justas. Para ellos las palabras de Antoine Blondin resuenan en lo más profundo de su alma: “El rugby está en las antípodas del monologuista. Ofrece un arte sutil basado en el éxito a través del autosacrificio y la amistad, donde la persona, considerada inconclusa en esencia, se completa finalmente a través de las demás personas”.  

 

»El jugador de rugby no puede sucumbir al culto a sí mismo. Porque sabe que no es nada sin los demás.  De Verdad,  REALMENTE necesita a los otros. A todos los demás.  Desde el gordo pequeño, el grande fornido, el rápido inteligente, el rápido talentoso.  Es con ellos, uniendo sus fuerzas dispares, como puede esperar ganar.

 

»Además, comprender esta mezcla única de brutalidad y delicadeza requiere una reflexión real. Es tan primaria como el pugilato y, a la vez, tan compleja como una partida de ajedrez; con su extraña premisa básica: pasar la pelota hacia atrás para avanzar.  Cabeza y piernas.  Corazón y puños.  ¿Y cómo compartes con aquellos que nunca han jugado esos increíbles sentimientos que se dan cuando entras la arena?  El gladiador de aspecto orgulloso, de hecho, esconde el corazón en el borde de sus labios.  En el interior, en sus entrañas, el jugador de rugby lucha contra su miedo.  Sabe que debe domesticarlo, no para sí mismo, sino para estar a la altura del sacrificio que recibirá de sus catorce socios.

 

»Es por todas estas razones que, cuando llega la hora de ser razonable, de aceptar que su cuerpo no está por más tiempo a la altura de su corazón, el adiós al balón oval es tan angustiante. Una parte de ti se va para siempre.  Sabemos que nunca volveremos a vivir esas horas incandescentes, esas miradas tan intensas en el vestuario, esos cuerpos tan unidos antes de la lucha que se vuelven uno, esos choques dolorosos que sin embargo nos hacen sentir tan vivos.  Pero, ¡ay!, siempre llega el momento en que el rugby se niega a sí mismo a pesar de que se le ha dado tanto».

 

Traducción dedicada al capitán del primer equipo del Club de Rugby La Vila, Guillem Carrión Llorens.

 

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