Cine y deporte

La Juventud (La Giovinezza, P. Sorrentino, 2015)

Tras alcanzar el éxito internacional con la formidable La Gran Belleza (2013), Paolo Sorrentino se sumerge de nuevo en las patologías de un mosaico de personajes envueltos en una atmósfera kischt . Entremezcla los aplaudidos planos de la hermosa Roma por un alejado balneario suizo de la cordillera alpina, eso si, cerca de Italia. Y es que el director napolitano no hace una ruptura con su anterior trabajo, sino más bien una continuación -si bien contrapuesta- que ahonda en la introspección de los personajes como representaciones de todo cuanto inquieta al director respecto a lo intangente de la vida.

En la Gran Belleza, Sorrentino expone las desventuras de Jep Gambardella y sus fellinianos adláteres respecto a su relación con la sociedad. Aquí en la Giovinezza aísla a los personajes de su contexto social para plantarlos en un bucólico emplazamiento donde redimirse por algún tiempo de sus actos pasados y sus conflictos latentes. La aureola kafkiana de la propuesta de Sorrentino es tal, que bien puede apreciarse el paralelismo entre este dúo de películas y el que constituyen las obras de El Proceso y el Castillo, que dialogan antagónicamente entre sí y a su vez constituyen dos visiones de un mismo conflicto, un binomio que se retroalimenta.

Temas recurrentes

La temática pues, de la película, constituye una nueva declaración de obsesiones recurrentes en la filmografía de Sorrentino exploradas a raíz de personajes tan diversos como una modelo, un compositor, un director de cine, una niña, un monje o un actor entre otros, todos y cada uno de ellos con lo que podría denominarse pecado original en base a que todos guardan algún arrepentimiento que ha marcado sus vidas y su relación con el mismo, condiciona su comportamiento, atormentándoles de una u otra manera. Entre estos personajes, y justificando estas líneas, aparece uno al que se debe prestar especial atención, y no es otro que una representación de Diego Armando Maradona.

Sorrentino futbolero

En el párrafo anterior se exponía la insistencia de Sorrentino en abordar diversas obsesiones relacionadas con el sentido de la vida. También conviene recordar que se trata de un director que vuelve recurrentemente a lugares comunes de sus películas que aportan un tinte característico a cualquiera de sus filmaciones. El fútbol es uno de esos elementos comunes e inherentes a su filmografía (vid. L’uomo in più, Young Pope y la ya anunciada É stato la mano de Dio) y en este caso se vale del personaje secundario de Maradona para apuntalar este particular edificio sobre las pasiones humanas que se desarrolla en la Giovinezza.

Roly Serrano da vida a un Maradona cuya caracterización se acerca al paroxismo -no es casualidad que la interpretación corra a cargo de un cómico- y que aparece a lo largo de la película de manera intermitente. Sorrentino crea un personaje basado en la semiótica, cuyas líneas de diálogo se reducen a la mínima expresión como representación del colapso vital. La trayectoria vital de Maradona alcanzando la cúspide y desatando las mitomanías en el mundo del fútbol, acaba por derrumbarse en un vacío trágico.

Maradona y su papel

Si los distintos personajes, todos maestros en sus respectivos campos, pasan casi desapercibidos, Maradona arrastra un reconocimiento social que perfila el conflicto interior incluso en los lugares más insospechados. Entra en conflicto directo con el resto de los personajes cuya decadencia introspectiva confronta con la evidente degradación del futbolista que, aún así sigue siendo idolatrado como ídolo de masas.

Esta circunstancia se refleja en pantalla en dos momentos en los que mientras la población del balneario se muestra reflexiva y solitaria. Maradona acude a firmar autógrafos a la puerta primero, y se muestra solícito para fotografiarse en el restaurante. Durante las escenas del balneario, es el único personaje que tiene contacto personal con gente del exterior. Es estremecedor el diálogo que mantienen con un niño en la piscina. El infante está aprendiendo a tocar el violín con una composición de Salinger -personaje del compositor- a quien no reconoce en persona y el propio le da unos consejos a la hora de interpretar. El joven descubre al compositor que es zurdo cuando Maradona se le acerca y le interpela que él también es zurdo, a lo que le responden que eso todo el mundo lo sabe.

De persona a personaje

En este pequeño diálogo se encuentra toda la profundidad del conflicto. Según este, la persona carece de libre albedrío en tanto que se ha convertido en personaje, patrimonio inmaterial. Está vivo en el recuerdo más allá de su faceta privada. El arco del personaje se cierra en el momento en que, reflexivo, rememora mediante un flashback su salida al campo con la selección argentina. Su joven y atractiva acompañante -otra evidencia de patetismo- le pregunta en qué está pensando, y el argentino se limita a responder en el futuro.

Ante la pérdida del control sobre su propia vida, Maradona entra en una continua epifanía que le lleva a un eterno retorno por el cual es incapaz de separar lo real de lo ficticio, lo presente de lo pasado. Se refleja, por tanto, la ausencia de futuro, por lo que, como el resto de los personajes, se encuentra atrapado en su propia tragedia, en continua búsqueda de redención.

 

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