El pasado domingo en el partido Ciencias-VRAC se cerró un ciclo para mi, y se cumplió un deseo que tiene todo el que ha sido delegado de un equipo de escuelas, ver a algunos de “sus niños” jugar con el primer equipo de su Club en División de Honor.
Cuando se ha sido delegada del mismo equipo durante más de diez años, son muchos los niños a los que se ve crecer como jugadores y como personas. Cuando algunos de ellos llegan a jugar con el primer equipo no puedes evitar, al verlos sobre el césped, recordar cómo fueron sus inicios.
La ilusión de un niño
Da igual la edad con la que llegaron al equipo, la cara siempre era la misma, de ilusión y de expectativa por saber que era eso del rugby. La cara de no entender eso de correr hacia delante y pasar el balón hacia atrás.
Recuerdas esos primeros viajes en bus a los partidos llenos de nervios. Los primeros viajes de fin de semana a torneos y campeonatos en los que tenías que tener mil ojos para controlarlos a todos, que no fueran dejándose todo por todos los sitios. Les ponías la “barrita mágica” para curarles los golpes y crema solar para que no se quemaran. Te quedabas sentada en su cama hasta que se dormían ya que, para la mayoría, era la primera vez que viajaban sin sus padres.
Los niños que ya no lo son
Ahora todos esos niños, “mis niños”, han crecido y están jugando en Sub23 y algunos con el primer equipo gracias a su trabajo y su esfuerzo. Pero también gracias al apoyo de sus padres, y al gran trabajo y dedicación de todos los entrenadores que han tenido en su paso por las diferentes categorías de la escuela. Su viaje desde prebenjamín a División de Honor ha merecido la pena.
Fuente de las fotos: Los padres de los chicos.
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