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El punto azul de partida

La definición de un torneo recordado mayormente por críticas en lugar de los resultados, generó una sensación distinta en un novel espectador, deseoso por conocer el famoso “deporte blanco”.

Primer contacto

“Estoy buscando lo inesperado. Estoy buscando cosas que nunca antes había visto”. Esta frase de Robert Mapplethorpe representa cómo el tenis se hizo parte de mi vida. Como un chiquillo que quiere descubrir el mundo a su alrededor, intentaba encontrar una pasión distinta a lo típico. Toda historia cuenta con un inicio, este fue en el 2007. La celebración del gran Luis Horna y el equipo peruano, tras lograr la clasificación al Grupo Mundial de la Copa Davis, tras vencer a Bielorrusia. Las primeras emociones invadieron a un niño que observaba con orgullo un logro importante para su país. Esa lejana experiencia fue mi primer lazo con el tenis, no sabía que solo era el inicio.

Era un deporte que transmitía una sensación diferente, donde no había demasiada euforia, pero sí entusiasmo y optimismo. Mi curiosidad por conocer aquel vistoso deporte de la raqueta aumentaba cada vez más. Poco a poco, empecé a ver partidos de Grand Slams y los Masters 1000 más importantes del circuito. Sin embargo, hubo un punto de inflexión para que la pasión por este lindo deporte se manifieste con mucha más fuerza: Masters 1000 de Madrid 2012.

Un torneo distinto

Es muy probable que resulte sorpresivo, debido a que la edición de ese año del Mutua Madrid Open es posiblemente la más criticada y por una sola razón: la arcilla azul. El cambio que generó todo tipo de controversias, sensaciones amargas y comentarios despectivos contra la organización. Protagonistas como Novak Djokovic protestaron por no haber consultado a los tenistas sobre la nueva pista. El mismo Rafael Nadal, dominante de la tierra batida, sucumbió en esta nueva cancha y no estuvo nada contento con este cambio (incluso declaró que no pensaba asistir el próximo año si la superficie seguía) y cayó en tercera ronda frente a Fernando Verdasco. Este partido en vivo me generó una sensación agradable. Posiblemente, el efecto de ver al imbatible Rafa caer en arcilla ante un rival con quien nunca había perdido influyó para que ese partido me atrapase en el mundo del tenis, pero días después, llegaría el encuentro que definitivamente me generó una sensación diferente: la final entre Roger Federer y Tomáš Berdych.

El partido clave

Aquella final fue totalmente imprevista, dado que ninguno de los dos era un gran especialista en arcilla. A pesar de las condiciones, Federer labró su propio camino en silencio, en medio de todas las polémicas, sin protestar en ningún partido, y derrotó a Raonic, Gasquet, Ferrer y Tipsarevic hasta llegar al partido final. Por su parte, Berdych superó a Anderson, Monfils, Verdasco y Del Potro, en la llave donde se encontraba Nadal.

El partido inició con un Berdych encendido, con un 3-0 arriba. La ventaja inicial fue importante para el checo a lo largo del set y se lo llevó por 6-3. El segundo set fue una recuperación fugaz del suizo ante un combativo Berdych, quien igualó un 5-2 abajo, lo cual no bastó para evitar que Federer gane el set por 7-5. El siguiente set estuvo parejo, pero en los momentos claves surgió la grandeza de Federer para superar con autoridad al checo con otro 7-5 y alzarse con el título en la Caja Mágica. Recuerdo una frase de Javier Frana, luego del punto del campeonato: “Dicen que el profesor es el que enseña, pero que del maestro se aprende”.

Aquellas palabras me hicieron tomar en cuenta que estaba presenciando una página más de la historia del tenis. Esa vez, el vigésimo título de Masters 1000 para Roger Federer. Vendrían más torneos. Más partidos con nuevas historias, nuevos protagonistas, nuevas sorpresas, todo un mundo de emociones que no deseaba perderme. Solo fue el inicio de una pasión que hasta el día de hoy no encuentra límite.

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Fuente de la foto: Mike Hewitt/ Getty images

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