El amor llega sin darse cuenta y para cuando te percatas ya no puedes sobrevivir sin él. Una enfermedad te entra sin saberlo y te inunda. El fútbol sala es igual que ambos.
Cuentas con 10 años y tu cabeza solo te pide jugar al fútbol. Y un sábado, a eso de la 1 del mediodía, pones la 2 y aparece un partido raro: es un campo pequeño, y solo juegan 5 en cada equipo.
¡Qué raro es todo! La pasan y corren como gacelas, se mueven como en círculos… esto no lo había visto yo nunca. Pero engancha… Pisan el balón todo el rato y tiran con la puntera… el portero casi no se tira y hace unas poses como si fueran a hacerle fotos para los cromos…¿Y las faltas y los corners? ¿Qué son esos movimientos tan raros?
Un virus bueno que también te infecta
No te has dado cuenta, pero estás infectado. Cada sábado pones el mismo canal a la misma hora. Al principio por pasar el rato pero después porque tiene algo, un no se qué, que te impulsa a verlo.
Hay uno zurdo que juega de rojo buenísimo. Tiene un nombre raro, como brasileño y español a la vez. Y hay unos de verde que siempre ganan. Y los de verde te calan en lo más hondo. Hay uno pequeñito y eléctrico que hace cosas que jamás habías visto. Otro un poco calvo que está en todos los sitios. Juega de todo y como tira… hay dos gemelos también y se les caen los goles a todos. Pero el portero llama aún más la atención. Es alto y rubio, hace los gestos y las poses raras también, pero parece una pared. No le marcan una. Además los otros quitan al portero porque pierden y juegan uno más, y resulta que el portero alto marca goles además de pararlos.
Cada vez parece que entiendes menos, pero quieres ver más. La enfermedad ya corre por tus venas. Estás perdido. Mismo día, mismo canal, misma hora. ¡Vaya! Hoy no juegan los verdes. ¡Lástima! Pero juegan otros que también son buenos.
El fútbol sala ya te ha invadido. No lo sabes, pero va a ocupar gran parte de tu vida. Como el amor: no podrás deshacerte de él; como la enfermedad: se ha esparcido por tu cuerpo y te recorre un cosquilleo cuando lo ves.
Infectado sin querer curarte
Y entonces empiezas a entender cosas del juego. Y sabes que los verdes se llaman Boomerang Interviú, el portero es Luis Amado, el pequeñito es Marquinho, el calvo Schumacher, el que lleva el brazalete y no marca tantos goles es Julio, pero es intocable atrás. Y el que manda tiene bigote y se llama Jesús Candelas.
Los de rojo son los máximos rivales, El Pozo de Murcia. El zurdo de nombre raro es Paulo Roberto. Y hay muchos más. Y un tal Lenisio siempre le marca goles a todos, incluso a los verdes.
Y resulta que no sabes por qué, pero los de verde son tus favoritos. Y los llaman la “máquina verde” y tú tienes claro porqué.
Y entonces empiezas a jugar a fútbol sala. Y alguien que sabe te enseña. Y todo encaja: los movimientos raros en círculos, el pisar la bola, las poses de los porteros, los tiros con la puntera.
Y ya no tienes remedio. El fútbol sala ocupa tu mente. Y no hay antídoto.
Y aparecen los Ortiz, Kike, Álvaro, Mati, Lin… y cada vez te metes más en el mundo. Y luego fichan a un tal Ricardinho que resulta ser una bomba. Y sigues con los Batería, Pola, Adolfo, Dani Salgado, Rafa Usín… hay un sin fín y te los empiezas a conocer a todos y quieres más.
El virus se expande pero te sientes mejor
Y descubres la Copa de España. “La fiesta de fútbol sala” lo llaman. Y te pica la curiosidad y un año vas. El amor y la enfermedad al máximo exponente. Y sientes que no hay nada más grande.
Y cuando crees que has descubierto todo, resulta que puedes ver fútbol sala femenino también. Y descubres a las Peque, Anita Luján, Mayte Mateo, Irene Samper, Vane Sotelo, Jeny Lores, Ale de Paz… De nuevo este maravilloso deporte te sorprende una vez más.
Y así, entre partido y partido (de ver o de jugar) se pasa tu vida. Con la mente en un rectángulo de 40×20 y un balón que no bota pero rueda como los ángeles. Tu enfermedad seguramente sea crónica, pero no hay enfermedad más sana y entretenida que ésta.
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