Adiós Kentucky Kid

Pensar que hace una semana se hablaba de su actuación en el WorldSBK, de que su motor se había roto el sábado y que había sido 12° el domingo en Imola. Nadie hubiese supuesto lo que pasaría después. Ese miércoles negro, esa noticia que cayó como un baldazo de agua fría, tan difícil de asimilar. Una imagen triste, con un futuro inmediato incierto. Luego, días de demasiada incertidumbre, de momentos en vilo, esperando el milagro, sin dejar de aferrarse a la esperanza. Pero la lógica estaba en contra, predecía el desenlace atroz.

Esos cinco días fueron una carrera entre la lógica y el milagro. Pero también estaba la ironía del destino, que decía que un guerrero de las motos debía perecer en un accidente cuando iba en bicicleta. Para colmo, los ayudaba, además, la realidad de los hechos y las heridas. Decían que la recuperación era imposible, pero es que, primeramente, lo que sucedió parecía hasta irreal. Entonces podría haber sido tranquilamente una lo imposible dentro de una horrible pesadilla. Más no lo fue. Eran la cruel realidad, amiga del destino irónico y la fatídica lógica. Ellos le ganaron la carrera al milagro y a Nicky. Pero… ¿quién recuerda a un piloto por tan sólo una carrera? Nadie.

Nuestro Kentucky Kid será recordado por todas sus otras carreras, como aquella primera victoria en el MotoGP, en Laguna Seca, en su casa. Y la última vez también, en el mismo lugar, en su tierra, besando la gloria de ser el mejor de los mejores, el campeón, honor que nunca le podrán quitar. Imposible de olvidar las remontadas casi imposibles, haciendo frente a los pormenores, o las caídas decepcionantes, que no arrasaban con su ímpetu. Las lágrimas de felicidad, los abrazos y los festejos por aquella única corona, nunca se borrarán. Pero claro que mucho menos lo harán todas las sonrisas, la alegría y la simpatía que siempre iban con él. Todo eso vivirá en la memoria y lo traerá con nosotros cada vez.