Hace unos días el baloncesto español, europeo y argentino se paralizó por completo. El motivo no fue más ni menos que la despedida, algo sorprendente e inesperada, de una de las leyendas del baloncesto, Andrés Marcelo Nocioni.
El “Chapu”, como así se le conoce por todos gracias a la afición que este traía por la conocida serie, decidía dar por finalizada su etapa como jugador de baloncesto a sus 37 años y así romper el alma a muchos de los que pensaban inocentemente que pasaría año tras año y veríamos al argentino rompiéndose la vida en una pista de baloncesto, dando hasta la última gota de sudor por un objetivo concreto: la victoria.
Vídeo vía: ACB
Debo decir antes que nada, que el personaje de Andrés lo descubrí casi de milagro y por un coletazo debido a mi devoción por José Manuel Calderón. En la etapa del extremeño en el Tau Cerámica y tras ver partidos del equipo vasco me sentí sorprendido e impresionado al ver cómo había un jugador en concreto que iba a un nivel superior al resto de la plantilla. No tanto por su calidad, ya que la plantilla de aquellos años era impresionante, sino por su coraje e intensidad sobre la pista. Un desborde físico, como si de un ciclón se tratara, el Chapu no destruía cualquier cimiento establecido en el juego anterior a su presencia y a base de garra daba las victorias a sus equipos.
Y te fuiste a la NBA, demasiada calidad para Europa y los Chicago Bulls lo sabían al llevarte para la mejor liga del mundo. Pero desgraciadamente y pese a que tuviste muy buenas campañas, también tuviste la misma cantidad de mala suerte. Eso añadido a que aquella liga no era de tu estilo, fue degradando un amor ficticio que terminó por hacerte volver a tu casa, a la que siempre será tu hogar. Vitoria acogía a un hombre necesitado de intensidad sobre la cancha cada segundo de los partidos, ávido de sensación de competitividad, ansia por la victoria.
Porque Chapu usted es la mejor expresión de sentimiento sobre una cancha de baloncesto que mis ojos han podido ver. No puede haber otro mejor adjetivo que el de sentir el baloncesto, cómo dijiste en la carta de despedida con la que rompiste el corazón a muchos amantes de este deporte, “se acabó el tiempo de reventar la botella de agua, de tirar toallas y de patear bancos, de insultar al aire”.
Ídolo del equipo del que defendías su camiseta y mosca “cojonera” del equipo rival al que te enfrentabas y del trío arbitral al que cuestionabas constantemente cada decisión que tomaban, así es como puedo recordarle si cierro los ojos y me viene a la mente su nombre; o viviendo el momento del partido donde había un parcial a favor de su equipo y eras el principal artífice de ello; o pegado a la oreja del árbitro de turno que tenía que soportarte todo el partido porque si se atrevía a pitarle una técnica (y mira que acumuló un par de ellas) sabía perfectamente que ibas a aplicar el triple de presión sobre su persona, y es muy difícil tener tal nivel de paciencia.
Por todo ello tengo que darle las gracias. Gracias por reflejar a los amantes de este tan bello deporte del sudor, el contacto, los aros y el parqué. Gracias por ser puro sentimiento y coraje, que el nivel intensivo y el espíritu competitivo siempre estuvieran por encima de cualquier cosa, situación del encuentro o torneo que fuera. Gracias también por sentir tan tuyo este deporte, porque cuando eras uno con la pista, el resto de las cosas dejaban de tener tanta importancia como parecía tenerla.
Y no puedo olvidarme de darle las gracias por formar parte de una Generación de Oro, la argentina, tan parecida a la nuestra, la española que brilló por lo largo del tiempo sin tener casi grietas en un bloque que maravilló al mundo y se convirtió en uno de los mejores conjuntos de la historia de la FIBA… Pero sobre todo, gracias por no haber anotado ese triple contra España desde la esquina que hizo que nuestra selección se hiciera un poquito más grande.
Chapu, siempre tendrás un hueco en mi equipo.
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