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Con el silbato al cuello

Esta historia va dedicada a todos esos árbitros “con el silbato al cuello”, que al igual que nuestro protagonista, recorren cada fin de semana las canchas del país. Son unos deportistas que forman parte del tercer equipo que hay en una cancha de baloncesto y merecen mi mayor admiración y respecto. 

Como cada sábado el despertador suena temprano en casa de Juan. De un salto, se levanta de la cama y prepara su mochila. Coge sus pantalones negros, sus calcetines y tenis del mismo color y su silbato naranja, su silbato de la suerte. Además va al cajón donde como siempre su madre le ha dejado bien planchada sus camisetas de árbitros. Siempre están impecables.

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Desayuna rápido para ponerse en marcha. Tiene que coger el coche y empezar a recorrer las pistas hoy sábado de todos los encuentros que le han designado. Arbitrará sin ninguna compañía un partido de minibasket y luego irá dirigiendo, ya con otro compañero, partidos de infantiles y cadetes hasta finalizar la tarde con un senior de máxima rivalidad en su provincia. Un sábado muy completo, atractivo, divertido, un sábado diferente en comparación con los sábados de sus compañeros de clase.

La afición (ahora convertida en pasión) de Juan por arbitrar comenzó una tarde en el pabellón de su club. Iba a jugarse un encuentro de juniors, y el mal tiempo hizo imposible que los árbitros llegaran. Juan estaba sentado en la grada y ante la amenaza de suspender el encuentro, se acercó a los dos entrenadores y se ofreció a arbitrar el encuentro. Aceptaron y no le fue nada mal.

A raíz de esto, se informó en su Federación e hizo un curso de árbitros. De ahí a empezar a arbitrar. Sus amigos le decían de todo: “Te dedicas a pitar porque eres un jugador frustrado” “Cómo eras muy malo jugando…”. No entendían que él amaba el baloncesto y el arbitraje era una parte muy importante de este deporte. Fundamental, ya que sin árbitros es difícil jugar. Además en esos comentarios, había algo que a él le molestaba mucho.  Él no pitaba, sino que arbitraba. Ser árbitro, no consistía en soplar, a él le gustaba explicar lo que señalaba, hablar con los jugadores. El diálogo como forma de mejorar y aprender.

Lo que nunca había dejado aún era que sus padres fueran a verle arbitrar. No soportaba pensar que le insultarían y mencionarían a su madre en más de una ocasión durante los partidos. Esa parte no la entendía. Él estaba aprendiendo, muchos decían que lo hacía muy bien, pero era normal que se equivocara. Pero en el público los insultos gratuitos eran muy frecuentes. Además, él hacía esto por ilusión y amor al baloncesto, porque lo que era cobrar en estas categorías….

Recorría y arbitraba en pistas al aire libre, pabellones grandes, partidos sin público, canchas llenas… Pero en todas ellas, se repetían  situaciones muy similares. Lo que más le gustaba era conocer a personas en todas las localidades por las que iba. Le encantaba cuando un jugador o entrenador le felicitaba al finalizar un encuentro. Algo que no podía entender era cómo cuando perdía el equipo local en un partido igualado, más de una vez se tenía que duchar con agua fría porque misteriosamente el termo se había estropeado.

Pensando en todas estas cosas, Juan se despidió de sus compañeros de mesa del último partido. Había sido un partido tremendo de los que hace afición. El entrenador local tenía mucha fama de protestar todo y de malos modos. Se sentía el “rey de las pistas”. En una jugada clara, y decisiva, de 2+1, entró en la pista con los brazos en alto simulando el gesto de un atraco. A Juan no le tembló el pulso, y señaló una técnica al entrenador.

imagen. wordpress.com
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Éste lejos de parar sus protestas y jaleado por el público siguió con sus malos modos. La sensación de adrenalina que recorrió el cuerpo de Juan fue tremenda cuando levantó los dos puños en alto con los brazos extendidos y descalificó al entrenador. Pero mejor fue cómo se sintió cuando al finalizar el encuentro, el delegado de campo le felicitó y le dijo que había sido muy valiente.

Así acababa este sábado para Juan. Después de sus cuatro partidos de hoy, sus amigos quedaron para salir de fiesta esa noche. Él prefirió quedarse en casa, cenar pronto con su novia y preparar todo porque el domingo por la mañana empezaba una nueva jornada arbitral.


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