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Un balón, una canasta, una pasión. Historia de baloncesto

Un par de zapatillas, un balón y una canasta. Una idea muy simple, sal y juega a baloncesto” Put Magic in your game, 1989

Esta frase, que un día vio en una vieja cinta de VHS, resume la idea que siempre tenía nuestro protagonista en la cabeza.

Álvaro era un niño de 6 años que viendo por televisión a unos jugadores como Epi, Norris y Fernando Martín se enamoró de un deporte que desconocía: el baloncesto.

Sus padres preguntaron,  pero en su pueblo no había equipo para niños pequeños. Cualquier cosa que sirviera para “encestar” una pelota hacía las veces de una canasta: un cubo de playa en una puerta, el hierro de una maceta con una red de patatas… La imaginación se imponía a todo, y en esas “canastas” repetía incansablemente los triples de Solozábal o los mates de Nate Davis.

Solozábal acb.com
Solozábal vía acb.com

Una mudanza, un nuevo pueblo,  otra oportunidad.  Y sí, aquí había una liga escolar. ¿Cómo podía un chico nuevo de otro pueblo convencer a 10 niños para hacer un equipo? Pues gracias a la ilusión que transmitía hablando del deporte de la canasta,  lo consiguió. Partidos perdidos, marcadores de escándalo  (122-0 fue uno de los primeros partidos),  pero la ilusión intacta. Aún se recuerda en el colegio, la celebración de los chicos cuando marcaron su primera canasta. Risas y alegría,  el marcador importaba poco,  hacer deporte entre amigos era lo importante. El padre de Álvaro recorría con su coche todo el pueblo llevando a los niños a su casa y rememorando esa canasta o esa jugada que casi acaba en canasta. Acabó el curso, la temporada y el baloncesto de formación en esencia había ganado.

El siguiente paso fue jugar en un equipo que participaba con otros pueblos en una liga provincial. Aquí las cosas no fueron tan bien. Entrenadores preocupados por el resultado, donde sólo jugaban los mejores, importando bastante poco quién había ido a entrenar o quién nunca se quejaba. Álvaro sólo esperaba con un par de nuevos amigos a que el partido se decidiera claramente para poder pisar la pista. Le daba igual que fueran ganando de 40 o perdiendo por lo mismo, él pisaba la cancha y disfrutaba de cada minuto. Un día con un marcador claramente en contra, anotó una canasta en suspensión y lo celebró como hacía años había visto a Drazen Petrovic celebrar una canasta. El público no lo entendió, pero eso era para él el baloncesto.

Drazen Petrovic marca.com
Drazen Petrovic vía marca.com

Tras esta experiencia, Álvaro decidió que seguiría jugando a baloncesto para divertirse, pero que el siguiente paso, sería ser entrenado e intentar no repetir las actuaciones que habían tenido con él otros entrenadores.

Y así, empezó a entrenar en el último club en el que había jugado. Niños y niñas pequeñas jugando por diversión, disfrutando en todo momento con el balón… Todo iba rodado, cada vez tenía más jugadores y jugadoras. Muchas veces los resultados deportivos no eran lo que esperaban los que miran sólo el marcador; pero para él los resultados sí estaban llegando. Y lo veía claramente cuando al ir por las tardes a diferentes pistas que había por el pueblo, veía como los niños y niñas que habían pasado por sus equipo seguían jugando al baloncesto. Pero, ¡ay!, siempre había algo en este baloncesto que a él le apasionaba, el baloncesto de base, que fallaba y le chirriaba. En esta ocasión eran las figuras de algunos padres de jugadores que se comportaban en la grada de forma lamentable. Insultaban al árbitro y criticaban constantemente que Álvaro sacara a jugar antes a un “jugador muy malo” que a su hijo. Esto no le desanimaba, pero sí que no entendía qué pasaba por la cabeza de esos padres. La formación y la educación de sus hijos era lo importante. Un día, hubo un detonante que directamente hizo que pensara en dejar esta etapa de su vida. Por un problema grave de indisciplina de varios jugadores, él tomó la decisión de jugar el último partido de liga, el fundamental para lograr un posible título, con jugadores del equipo inferior. Lo hacía porque creía importante que estos niños entendieran una valiosa lección, pero hubiera hecho falta un poco de apoyo por parte de los padres, para que el resultado hubiera sido el deseado. Aparte de perder el encuentro, sintió que había perdido una batalla, la de la educación deportiva por encima de todo, y arrojó la toalla.

La búsqueda del éxito por encima de todo, sin importar lo medios ni los “cadáveres” que se quedan por el camino. La obsesión de algunos padres por intentar que sus hijos “les saquen de pobre” siendo estrellas y que logren aquello que ellos no lograron, acabaron con muchas de las ilusiones de Álvaro.

Había sido jugador, entrenador… ¿qué le faltaba ahora? arbitrar. Pues si se encuentran en alguna cancha a un árbitro que tras pitar unos pasos a un niño le explica qué es lo que ha hecho mal, posiblemente tengan ante sus ojos a Álvaro, o a cualquiera cómo él, que intenta inculcar su pasión por el baloncesto y el deporte en general entre los más pequeños.

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