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No existen obstáculos para Aleix Porras

En un país caracterizado por sus indomables y endémicas contradicciones, el atletismo no podía ser menos aunque, por fortuna, los jóvenes siempre viven con la ilusión de romper todos los estereotipos preestablecidos. Justamente cuando los más agoreros vaticinan destinos apocalípticos, la entropía del sistema genera paradojas que facilitan el seguir pensando que nunca cosas pretéritas fueron mejores.

Aleix, María, Jaël, Sara, Pol… Ahí están los protagonistas de una de las generaciones más esperanzadoras de nuestro atletismo contemporáneo. Es decir, la principal fuente de riqueza -aunque algunos se empecinen en demostrar todo lo contrario-, sin ella nuestro trabajo carece de sentido y además nos priva de esa magia apolínea intrínseca en el deporte rey.  No me cabe la menor duda de que Indíbil, el rey de los “ilergetes”, no se hubiera permitido la osadía de prescindir de uno de los mejores mensajeros que ha tenido la ciudad de Lleida. Aleix Porras surge de la hostil y fría niebla invernal, vaporizando sus efectos hasta convertirla en perfume primaveral impregnado de la fragancia a fruta fresca y hierba recién segada. Aunque su semblante pueda parecer todo lo contrario, no hay cuerpo ni mente que fiscalice mejor sus virtudes. Posee todo aquello que debe tener un corredor de velocidad, con vallas o sin ellas, además de muchas otras que ni el más avezado técnico podría explicar. Su procacidad atlética no le impide imitar tanto al vigoroso Harald Schmid como a ese zancudo y mítico vallista americano de ensueño llamado E. Moses, dominando el amplio espectro de pruebas comprendidas entre los 100 y el 400 metros vallas. Los registros obtenidos en las últimas temporadas atesoran la base técnica necesaria y suficiente que auguraban marcas cercanas a los cincuenta segundos, hecho que, a falta de la competición más importante de esta temporada a celebrar en Tbilisi, se ha confirmado de forma precisa y aritmética.

Su fenotipo recuerda al paradigma de lo que debería ser el atletismo español: siempre adelante sin mirar hacia atrás, buscando y atacando cualquier obstáculo con seguridad y valentía. Da lo mismo que plantee la carrera a catorce o quince zancadas, siempre encuentra el atajo necesario para responder al absurdo. Si no lo consigue con la elasticidad y velocidad de sus movimientos, lo resuelven sus excelsos apoyos que actúan como rótulas catalizadores de cada uno de sus gestos. En fin, un prodigio de la naturaleza digno de ser plagiado por cualquier científico que busque el modelo perfecto para generar un atleta biónico.

Pero claro, una obra maestra nunca certifica su valor si no posee el equilibrio exacto entre “cuerpo y alma”; justamente aquí es donde se forjan las auténticas leyendas. Aleix dispone de un instinto voraz desprovisto de cualquier tamiz que obstruya sus objetivos, junto con un espíritu combativo capaz de afrontar cualquier prueba, competición o reto, por difíciles que éstos sean.

Este es el presente inminente, pero y ¿el futuro? Como cualquier pieza de orfebrería fina, debería imperar la calma, la sabia inteligencia y dejar pasar sosegadamente la dulce música del azar. A buen seguro, su padre y entrenador ya ha urdido un plan estratégico preciso para gestionar delicadamente su recorrido, con visos de tener un final aún mejor que el proceso. Aunque a decir verdad, creo que a nadie le disgustaría tener un finalista olímpico en una prueba donde nunca lo hemos tenido. Y además, si es de mi tierra, pues mucho mejor, ¿no?

Fotos vía: Miguel Romero (A. Porras); hereandnow.wbur.org (E. Moses)

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2 Responses

  1. Comparto todo lo que dices en el artículo, Manel. Especialmente el último parrafo. No hay que darle prisa. Hay que dejarlo que madure en una prueba que no quiere prisas. Que, al contrario, quiere tiempo, experiencia y tranquilidad. Al menos así lo veo yo desde mi experiencia, que alguna cosa sé de esta prueba. Saludos

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