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Messi a punto de conseguir el silencio

Leo es el mejor. De hecho, lo lleva siendo ya bastante tiempo y tiene argumentos variados para desmontar cualquier teoría que se atreva a cuestionarlo. Si el criterio que se decide seguir son los números cosechados y los títulos consquistados, ahí están sus 4 Champions, 10 ligas y 7 Balones de Oro, durante los cuales ha marcado siempre más de 35 goles por temporada (alcanzando picos estratosféricos de 73 y 60 por año), excepto en la campaña 19-20 (31 tantos).

Si por el contrario se opta por tirar del “cómo” en vez del “cuánto”, el argentino vuelve a ir sobrado respecto a la mayoría de sus ilusos competidores. La superioridad que ha mostrado en la élite más absoluta ha sido digna de una serie de dibujos animados. Un jugador capaz de cualquier cosa, porque Leo ha logrado alcanzar la excelencia en todas las etapas futbolísticas en las que se desglosa su carrera: ha sido el extremo más desequilibrante, el goleador más voraz y también el asistente con mejor visión de juego que haya tocado un cuero. Tan solo uno, también argentino como él, puede equipararse a Messi en cuanto a calidad y magia se refiere, y ahí está el párrafo anterior para dejarle en el segundo o tercer cajón del podium histórico de leyendas.

Leo Messi es trampa, es lo tangible y lo intangible, son los 4 goles al Arsenal en unos cuartos de final de Champions, encumbrados por la forma en la que los ejecuta, poniendo un balón en la escuadra y definiendo de vaselina ante Almunia tras conducir el esférico a una velocidad supersónica, para al año siguiente acabar de sepultar al guardameta pamplonica con la humillación propia del sombrerito que le hace en línea de gol para iniciar de nuevo una remontada culé.

Leo Messi marcando el tercer gol de la remontada frente al Arsenal (2010-2011).

Leo Messi marcando el tercer gol de la remontada frente al Arsenal.

Fuente: FC Barcelona.

Pese a todo lo expuesto anteriormente, aún resuenan vocecillas en la conciencia de Leo recordándole que queda una casilla por marcar en su “haber”; no ha ganado la Copa del Mundo. Un trofeo con tal significado y mística que es capaz de hacer dudar a algunos aficionados de las certezas que han ido comprobando y recomprobando desde aquel lejano 16 de octubre de 2004.

Desde que debutó con la selección nacional, la exigencia para la pulga ha sido máxima, siempre comparado con Maradona, tenía que ganar algo para su país o seguiría habiendo gente convencida en defender el debate con el pelusa.

Tras una lista de decepciones más larga de lo deseado, por fin Leo lo consiguió ganando la Copa América de 2020, pero como he dicho antes, él no solo escribe el título en el currículum, sino que lo hace con una caligrafía bella y lograda, y no hay nada más bello que terminar su carrera  bordando su nombre en el dorado de la Copa y silenciando de una vez por todas cualquier atisbo de duda acerca de a quién le pertenece la corona del deporte rey.

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