Opinión

Comienza una copa manchada de sangre: el Mundial de Qatar 2022

Este domingo 20 de noviembre de 2022 quedará enmarcado eternamente como un día histórico en el deporte. Almoez Alí de la selección qatarí se paró en el círculo central del Al Bayt Stadium y echó a correr el balón para dar inicio al espectáculo, como si en pleno circo romano pateara la cabeza de uno de los tantos trabajadores muertos para que Qatar pudiera recibir el mayor evento futbolístico del planeta. El entretenimiento opacaba el sufrimiento. El dolor de miles se olvidaba con la euforia de millones alrededor del globo.

 

Vidas silenciadas

Los jugadores se pasaban el esférico, mientras en las gradas cantaban y festejaban 60.000 espectadores, saltando en uno de los estadios construidos a costa de más de 6.500 vidas, en su mayoría de trabajadores inmigrantes que laburaron en condiciones de esclavitud moderna.

Gracias a sus muertes, jugadores y fanáticos disfrutaron del gran espectáculo prometido por los qataríes. Un moderno sistema de refrigeración y regeneración mantenía la temperatura del recinto entre unos cálidos 20° y 24° Celsius. Bastante lejos de los más de 38° en que se trabajó durante gran parte de la última década para la elaboración de estos coliseos. Después de todo, la organización estuvo de acuerdo en que era inhumano que los futbolistas jugaran con más de 30 grados de temperatura, pero los obreros debían avanzar muchas veces con hambre, deshidratados, bajo explotación laboral, sometidos a ese mismo calor.

 

Comienza el Mundial, todo se olvida

Valencia fue el primer goleador a los 3 minutos de juego, poniendo el 1-0 para Ecuador. Para el mundo los gritos de gol acallaron para el mundo los sollozos de las familias que perdieron seres queridos. El festejo silenció el sufrimiento de los reprimidos. Los jugadores se abrazaron frente a miles de personas, un gesto de amor con el que los homosexuales solo pueden soñar en Qatar.

Pero incluso ese primer instante de alegría fue anulado por un supuesto fuera de juego, en que un VAR que se negó a liberar sus audios al público, dijo que el gol ecuatoriano no era válido.

Casi equilibrando ante los cuestionamientos del mundo, Ecuador volvería a adelantarse a los 16 minutos a través de un penal, convertido otra vez por Valencia, mientras los ecuatorianos sometían a Qatar con un control total del juego.

El delantero del Fenerbahçe ampliaría la cuenta a los 31’, dándole una alegría a su patria, que acabaría cerrando la victoria por 2-0 ante una selección qatarí que mostró muy poco en cancha, transformándose en el primer anfitrión que pierde en el duelo inaugural de la copa del mundo.

Con la derrota del local se rompió una tradición, un esquema. Fue, quizá, una señal de que estamos ante un torneo atípico, un momento, más bien, atípico. Seguramente se olvidará este hito dentro de un par de días, tal cómo con el puntapié inicial de Almoez Alí, es como si se hubieran desvanecido por 90 minutos las críticas y comentarios en torno a la violación de derechos humanos en Qatar.

 

El costo de un Mundial manchado

¿Es realmente tan diferente la pasividad del mundo ante esta situación a la que mostraron los países en los Juegos Olímpicos de la Alemania Nazi? ¿Hemos avanzado realmente como sociedad si la noticia prioritaria del día es el resultado deportivo, el espectáculo, los artistas y la extravagancia del acto inaugural por encima del contexto en que se está jugando? ¿Si olvidamos las vidas perdidas?

Este Mundial trajo diez veces más muertes a Qatar que el propio coronavirus, y aunque el Presidente de la FIFA, Gianni Infantino, diera la bienvenida a ecuatorianos y qataríes con la frase “El fútbol une al mundo”, es difícil no creer que incluso antes que el deporte, debiese unirnos el sentimiento de empatía y nuestra propia humanidad.

Comenzó la fiesta del fútbol, jugando sobre el peso de los cadáveres. Aunque las hinchadas salten en las gradas y los futbolistas suden sus camisetas al máximo, el aroma del sudor no podrá equiparar la olor a putrefacción, ni la euforia de los goles mitigará el dolor de quienes perdieron a un hijo, un padre, un amante o un hermano.

Tal vez, como dijo Diego Armando Maradona, la pelota no se mancha, pero los estadios y la copa de Qatar 2022 quedará impregnado de la sangre de sus muertos, de los reprimidos y los silenciados, aún entre los cánticos y gritos de gol.

El Mundial ha comenzado, pero a su coste, muchas vidas terminaron.

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