La siguiente historia podríamos situarla en un idílico rincón o en el lugar más insignificante de la faz de la tierra. Da igual, los orígenes sólo son de vital importancia en las aduanas o en las fiestas de rancio abolengo de una carcomida sociedad.
Desde los lejanos tiempos del vergel mesopotámico, el hombre decidió que es necesario un origen que justifique la existencia de la historia. Un punto de partida narrativo, más o menos verosímil, donde enraizar las ramificaciones de nuestro destino. Somos mitología.
Nuestros inicios se remontan a la isla del Son, el buen ron y los cigarros puros, … ¡y la Revolución! Allí comenzó nuestra “Odisea Atlántica”, alentada por los Vientos Alisios cargados de ilusiones que habían cambiado su sentido, soplando de oeste a este. Nada nuevo, hace seis siglos que otros popularizaron ese mismo trayecto partiendo de la orilla inversa del Atlántico.
Hoy, en Cáceres (Extremadura), contamos con un fruto producto de la semilla que los mencionados vientos atlánticos depositaron en nuestra despreciada tierra. Una escuela del noble arte, Escuela de Boxeo Olímpico de Cáceres (Alexander Betancourt Espinosa), que se aferra a la existencia como un solitario árbol expuesto a las inclemencias ambientales del baldío. Una intemperie erosiva y seca, incapaz de doblegar unas sólidas convicciones.
El valor principal de la Escuela son las personas, porque sin ellas sería imposible crecer y aprender. Se enseña boxeo, pero se aprende de la vida. Tenemos profesor, pero todos enseñamos. Llevamos los fundamentos del buen boxeador a la Escuela de Boxeo, de lo particular a lo colectivo. Paso corto y firme. Y en los malos momentos, nos abrazamos.
La Escuela de Boxeo Olímpico de Cáceres, como el Ave Fénix, renace de sus cenizas una y otra vez. Entre sus principales reglas no escritas resaltamos que está permitido caerse, pero no lo está no levantarse. En el boxeo se convive con el golpe y el dolor, y se aprende que el triunfo exige una réplica, no bajar las manos y no dejarse arrinconar. Las estrategias y tácticas se adaptan al rival y al momento de la pelea, porque, en el arte del pugilismo como en la vida, no siempre se presentan los mismos retos.
Nuestra Escuela tiene vocación errante; no en vano, nos ubicamos en una ciudad con herencia judía. Los viajes son fuente de enriquecimiento cultural, además de personal. Estos provocan encuentros entre diversas experiencias que eclosionan mejorando el cosmos. El viaje es un antídoto contra la deshumanización, un medio para atesorar conocimiento. No podemos amar aquello que desconocemos.
Y esto, hasta el momento, es todo lo que podemos contar sobre la Escuela de Boxeo Olímpico de Cáceres; la cual, seguramente, comparte índice con cualquiera de las escuelas del gremio del escenario español, valdría con rectificar algunos nombres. Porque contradiciendo al poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, desgraciadamente, hay caminos que se parecen demasiado, veredas serpenteantes que, a fuerza de jab, crochet, uppers y esquivas intentan despejar la espesa vegetación del panorama boxístico, en nuestro caso, de Extremadura.
Sirvan las siguientes palabras a modo de final impostado porque, por supuesto, todas las historias -la nuestra no iba a ser menos-, como así viene siendo desde los clásicos antiguos (La Odisea y la Iliada de Homero, s. VI a.C.) hasta los modernos (La Historia Interminable de Michael Ende, s. XX), tienen un final abierto, al igual que las puertas de la Escuela.
Desde aquí y en este preciso instante, quedan todas y todos invitados a disfrutar de un ambiente donde el boxeo es la excusa perfecta para ser felices. Y larga vida al boxeo. ¡Hasta que se seque el malecón!
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