Cine y deporte

El orgullo de los Yanquis (The pride of the Yankees, Sam Wood, 1942)

Samuel Goldwyn, realiza un notable esfuerzo, conjugando algunos de los mayores talentos de Hollywood en sus respectivos campos técnicos. Sam Wood, como director curtido en el cine mudo -experiencia que reluce en la película- Daniel Mandell en el montaje, y Herman J. Mankiewicz al guion. Para no deslucir, se contó con un magnífico reparto encabezado por Walter BrennanTeresa Wright y Gary Cooper. A ellos les acompañan algunos beisbolistas profesionales de la mítica generación de los Yankees del 27 interpretándose a sí mismos. Como se puede apreciar, todos los componentes conducen a una superproducción de estudio que justificaría su éxito de público y crítica.

La advertencia preliminar, a modo de frontispicio, da cuenta del sentir de los tiempos: Esta es la historia de un héroe de los pacíficos senderos de la vida diaria (…) que se enfrentó a la muerte con el mismo valor que tantos jóvenes en el campo de batalla. El mismo año en que el matrimonio Zweig, ahogaba su genialidad en un vaso de barbitúricos ante el fire and fury que asolaba Europa y el mundo, Goldwyn decide producir un largometraje que nada tiene que ver con la temática bélica preponderante. El comienzo de la película, con mención a los esfuerzos de guerra, debe considerarse como una manera de hacerse perdonar en cierta forma la insolencia de aportar comedia en un contexto trágico.

Una mezcla de géneros

Muchos de cuantos lean esta pequeña recensión serán-como un servidor- profanos en lo que al béisbol se refiere. Ello no debe privar de comprender la magnitud de la película, baste con conocer la impregnación que tiene en la sociedad norteamericana. La historia gira en torno a la vida de Lou Gehrig -Gary Cooper- quien formó parte de la generación de los Yankees conocida por los entendidos como la Murderer’s Row.

El filme resulta interesante respecto a su montaje, en tanto que resulta complicado clasificarlo según su género. El biopic preponderante en la primera parte de la película, se acaba diluyendo porque, en el momento de su estreno, la figura de Gehrig estaba reciente en la imaginería estadounidense, teniendo en cuenta que su fallecimiento se daría en 1939, apenas tres años antes del estreno de la película. Siendo estas las circunstancias, el director no incide en los aspectos deportivos salvo para contextualizar al personaje.

De otra parte la comedia, la película está impregnada de tintes cómicos y son habituales las chanzas y gags visuales así como la construcción de los personajes, deliberadamente contextualizados en ambientes distendidos. Y he aquí que llega el último tercio de la película. La trama se torna trágica a partir del diagnóstico de esclerosis múltiple. La cámara comienza a enfocar las actitudes de un soberbio Walter Brennan y una muy destacable Teresa Wright que realmente llegan a emocionar.

La cuestión sobre la adscripción de género da cuenta de la complejidad de una película, a primera vista sencilla. Está llena, sin embargo, de pequeños detalles que la convierten, sin duda alguna, en una obra maestra.

Un héroe americano en el deporte

La elección de Gary Cooper en el rol protagonista no es baladí, Gehrig personifica un arquetipo de héroe americano de primera mitad de siglo, de origen humilde y emigrante de segunda generación, que trabaja para conseguir una posición social relevante, el American Dream. En este sentido, Cooper como símbolo nacional hace proclive la relación entre actor y personaje. Propicia así que la percepción del espectador contemporáneo asocie rápidamente los conceptos.

Resulta interesante, la justificación argumental que propone la película a la trascendencia del deporte como sustrato social. El guión -y el diálogo de cámara- realiza una disociación entre el respetable ingeniero, el familiar tio Otto -cuyo retrato preside la casa familiar- y el béisbol, presentado por la matriarca como poco menos de un pasatiempo propio de una mentalidad ociosa. De hecho, no es la única contraposición, sino que la película está llena de ellas, dicotomías entre el discreto Gehrig y el excéntrico Babe Ruth; entre la humilde madre de Gehrig y la más ambiciosa Eleanor o en el seguidismo de los dos periodistas deportivos. Los contrastes son recurrentes y ayudan a perfilar mejor la magnitud del protagonista dado que ejercen de elementos expositivos al espectador.

El legado de una vida

El momento en que la película cambia el acento en el advenimiento de la tragedia, lo marca una escena -claro paralelismo con el inicio de un tercer acto teatral- en la que Gehrig promete en privado a un niño enfermo convertir y dedicarle dos home runs. A partir de aquí, la desgracia se precipita sobre el modélico protagonista culminando en la representación de su icónico discurso en el Yankee Stadium del 4 de julio de 1939 cuando, a las puertas de la muerte le dice al público I consider myself, the luckiest man  on the face of the Earth para acabar difuminándose camino del túnel de vestuarios.

Tal y como se anunciaba al comienzo del artículo, la figura de Gehrig trasciende la de ser meramente un deportista excepcional. Va unido a una iconografía genuinamente estadounidense, razón por la cual la película es un homenaje -en cierta parte patriótico- en un contexto conflictivo. Gehrig pasaría por ser el primer deportista a quién una institución deportiva retira su dorsal de forma vitalicia y The pride of the Yankees sobrepasaría las pantallas para convertirse en testimonio de una de las biografías más notables de la historia del deporte.

 

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