Opinión Reportajes Rugby

Del vórtice al ojo del huracán

Vórtice

Tiro a palos

El equipo visitante pretende salir de su zona de 22 jugando a la mano. Su media apertura abre el balón hacia el ala que, tras recibir el oval, es placado por un delantero rival. Al caer este al suelo, los apoyos no llegan a tiempo para limpiar el ruck y el árbitro pita retenido contra los visitantes. El público ruge porque, si su equipo pide jugar el puntapié de castigo, conseguirá tres puntos que pueden significar la victoria. El capitán local comunica al árbitro que intentarán transformar el puntapié de castigo. Entonces el pateador recibe el tee del asistente de su equipo y coloca el balón apuntando entre los dos palos de la hache. Da tres pasos hacia atrás y tres hacia un lado. El silencio se adueña del estadio.

Habilidades artilleras

Toda la atención de esa multitud que puebla las gradas recae sobre ese hombre. De las habilidades que haya desarrollado para patear con acierto unos disparos que recorran una importante cantidad de metros, con unos ángulos complicados, sin perder la puntería, puede suponer la diferencia entre la victoria y la derrota. Es el equivalente al mando de artillería en una batalla bélica; puede salvar las líneas enemigas y hacer daño desde la distancia. Dichas habilidades deben ser físicas y técnicas, por supuesto; necesita fuerza, potencia, precisión. Pero, sobre todo, necesita unas habilidades mentales excepcionales para mantener la concentración en un momento en que sus pulsaciones están al máximo, porque es un jugador más que, escasos segundos antes, estaba corriendo y placando en el terreno de juego, y debe soportar la presión que supone ser el único responsable de que su equipo puntúe en ese momento.

Mecanizar la rutina

En el terreno de las habilidades técnicas, se sabe que los pateadores de élite dedican más tiempo que sus compañeros a entrenar. Uno de los pateadores más eficaces y decisivos del rugby moderno, Jonny Wilkinson, solía llegar antes que sus compañeros al campo de entrenamiento para ejecutar una serie de seis tiros a palos. Solo que la serie debía ser perfecta. Es decir: si fallaba uno de los tiros, volvía a hacer otra serie de seis y así hasta que conseguía pasar el balón seis veces seguidas entre los palos. Como cuando aprendes a tocar un instrumento musical: repetición hasta la perfección y, sobre todo, mecanización. Esto supone dedicar como mínimo dos horas más de entrenamiento que el resto del equipo, pues debe desarrollar una rutina que le permita abstraerse de su entorno en el momento decisivo y centrarse en patear el balón entre palos que es su único objetivo.

Entrenamiento mental

Otras técnicas mentales que desarrolló Wilkinson junto con sus entrenadores, consistían en visualizar un hilo que salía de la punta del balón, cruzaba entre los dos palos y llegaba justo al helado que Doris sostenía sentada en un asiento de la grada tras los palos. Por supuesto, Doris tampoco existía; el visualizarla se trataba de otra artimaña que le había enseñado su entrenador de patadas Dave Alred y que Wilkinson usaba desde 1998. Cuando pateaba, su objetivo final era aplastar el helado de la pobre Doris con el balón.

El ojo del huracán

La zona y Doris

No obstante, antes de patear el balón y tras terminar la rutina de los pasos, Johnny entraba en “the zone”, lugar imaginario donde se alejaba de toda la presión y el ruido del entorno, centrándose en una sola cosa: patear el balón. No piensa en los tiros fallados con anterioridad, solo piensa en lo que tiene que hacer en ese momento. Se abstrae en su rutina. Mira a palos y de ahí al balón, luego se mira las manos. Es como Rafa Nadal acomodándose el pantalón. Su mirada clavada en la inexistente Dori y su helado. Tres pasos y el puntapié… just in the middle!

La magia que engancha

Es la magia de este deporte tan físico y a la vez tan mental. Nos lleva de la vorágine, el vórtice, la barahúnda de los delanteros entrando a un ruck a la parsimonia, la serenidad y la flema del pateador ejecutando un puntapié de castigo. Por eso el rugby me tiene fascinado. Me enganché —porque lo mío es enganche— hace relativamente poco, apenas y justo hace una década, al acudir como espectador al partido que encumbró al Rugby Club La Vila como campeón de la liga DH 2011-2012, el sábado 18 de febrero de 2012.

Un vicio sano

 A partir de ese día empecé a ir a algunos partidos. Dos temporadas después acudía como abonado. En las últimas temporadas ya soy socio y he acudido a todos los partidos como local y prácticamente a todos los encuentros como visitante; incluidos los play-off cuando el CR La Vila los juega. Así como finales de Copa del Rey, de Europe Champions Cup y partidos de los Leones. Y me falta rugby, quiero que empiece ya la segunda vuelta de DHB; ¡quiero más, quiero más!. Lo dicho, ¡muy enganchado! ¡Pero qué vicio más sano!

 

 

2 Responses

  1. La Vila ganó el título de DH en la temporada 2010-2011. La liga 2011-2012 la ganó el VRAC.

    1. Error corregido. Muchas gracias por señalarlo.

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