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¿A quién quieres más a mamá o papá? (II)

¿A quién quieres más a mamá o papá? Ese conocido e inapropiado dilema se nos planteó este sábado a los amantes del boxeo. Pusieron en juego sus apreciados cinturones de campeones mundiales la irlandesa Katie Taylor (campeona de: WBO, IBF, WBA y WBC en peso ligero) y el estadounidense Terence Crawford (campeón del WBO en peso welter).

A pesar de que, a priori, semejante coincidencia pudo obligarnos a elegir entre mamá (Taylor) y papá (Crawford). En esta ocasión, la alineación de los astros resolvió tan irracional tesitura. La velada que protagonizó Katie Taylor transcurrió en la nocturnidad londinense y la de Crawford tuvo lugar en la deslumbrante noche de Las Vegas; así, la distancia existente entre las dos urbes permitió a la luna y a los aficionados al pugilismo disfrutar de las virtudes boxísticas de mamá y papá.

Adiós Londres, hola Las Vegas

Terminado el recital de Katie Taylor en Londres, el cielo estrellado fue a posarse sobre la dama del desierto, Las Vegas, donde la noche volvió a regalarnos otro espectacular combate. Por segunda vez durante el sábado, entre el oriundo de Omaha (Nebraska), de 33 años, Terence “Bud” Crawford (36-0, 27KOs) y el británico procedente de Sheffield, de 34, Kell “The Special K” Brook (36-2, 27KOs). Peleaban por el título de campeón mundial de la Organización Mundial del Boxeo (OMB-WBO).

La pelea se antojaba interesante de incierto resultado, porque el británico traía aureola de excampeón mundial, aunque el favorito siempre fue el chico retraído de Omaha. Una estrella del boxeo atípica en cuanto a sus costumbres diarias o en lo referido a su vida privada; es decir, Crawford pertenece al gremio de los genios en algún arte, pero no se comporta como tal. Él practica un estilo de vida que pudiera compartir con el grafitero y artista callejero Bansky. Ambos forman parte de un mundo urbano desolado, no se esfuerzan en lograr notoriedad pública fuera de su profesión y actúan sin complejos ante el mundo que les rodea.

Momentos antes de dar comienzo el combate estelar de la velada de Las Vegas (Nevada) y siguiendo la tradición de los grandes eventos boxísticos, se pudieron escuchar los himnos nacionales de los países respectivos de cada púgil. Esos cantos son las arengas encargadas de anunciar la próxima batalla, que, en el caso que nos interesó la pasada madrugada (horario europeo), fue la antesala del combate entre Crawford y Brook.

De diestro a zurdo, lo habitual en Crawford

Los tres primeros asaltos no tienen aliciente narrativo, a excepción del habitual cambio de guardia de Crawford, quien empezó peleando de diestro para, una vez superado el primer asalto, cambiar a zurdo. Esa artimaña habitualmente consigue confundir e incomodar a sus oponentes.

Llegó el cuarto y definitivo asalto, Crawford y Brook apenas habían intercambiado golpes, pero de repente el de Omaha noquea al de Sheffield. Crawford chocó el jab de izquierda con el rostro de Brook y lanzó al inglés sobre las cuerdas. Seguidamente, Terence Crawford, como un depredador del ring, se abalanzó sobre el “animal herido” (Brook) y le noqueó.

El chico de Omaha se comportó sobre el cuadrilátero con un sigilo y una ferocidad dignas del más letal de los felinos de la sabana. Crawford es un boxeador con alma de cazador que, combate a combate, nos demuestra que su paisano el activista contra el racismo y escritor Ta-Nehisi Coates se equivoca al sentenciar que: “El dios de la historia es ateo, y en su mundo no hay nada predestinado”; pues, contradiciendo esas palabras concluimos apostillando que, entre las dieciséis cuerdas, la victoria siempre le es concedida a Terence “Bud” Crawford.

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