Balonmano Reportajes

El giro de 180º en el balonmano francés tiene un nombre propio: Jackson Richardson

 

 Nunca unas rastas fueron tan esperadas en los pabellones de media Europa en la década de los 90 en lo que al balonmano se refiere.

Comenzaban a desfilar por los pasillos de acceso a las pistas grandes estrellas de este deporte casi todos los fines de semana pero, cuando se intuía a lo lejos una pequeña sombra de 189 centímetros con ese peinado tan característico, el murmullo entre mayores y jóvenes comenzaba en las gradas. Era su seña de identidad. Era el gran Jackson Richardson. Algo diferente. Algo sencillamente único.

Retrocedamos algo en el tiempo. Nada más y nada menos que cinco décadas para llegar a 1969, año en el que la ciudad de Saint-Pierre (Islas Reunión) lo vería nacer. Indudablemente no sabían que ese pequeño cambiaría el devenir de la selección Francesa de balonmano en un futuro próximo. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. Poco a poco.

Siendo un virtuoso de los deportes, ya que se cuenta que todo o prácticamente todo lo que practicaba se le daba bien, en 1988 Daniel Constantini (seleccionador nacional de Francia) se fija en él y le da la oportunidad de participar en una concentración de jóvenes promesas. A día de hoy, todo amante del balonmano, debe celebrar la destreza del señor Constantini en sus labores de scouting.

En esa concentración, ya se podía vislumbrar ciertas pinceladas de sus altas capacidades para crear jugadas imposibles, lanzar de maneras increíbles, defender como nadie robando balones y saliendo al contraataque desde la posición de avanzado. En definitiva, la capacidad de echarse un equipo a las espaldas como si llevara toda la vida haciéndolo. Durante décadas, la función del avanzado en los clinics de entrenadores de toda Europa iba asociada a la foto de Jackson Richardson. Binomio perfecto.

En su debut en el mundial de 1990 fue nombrado mejor jugador del campeonato, comenzando así a recoger éxitos, año a año, para formar un palmarés a la altura de pocos. Y si bien es cierto que se pueden encontrar jugadores que han alcanzado éxitos similares o incluso superiores a los suyos, ninguno alcanza la relevancia de lo que supuso su carrera para todo un país.

En esos tiempos la Selección Francesa no pasaba por sus mejores momentos, pero con la llegada de Jackson todo cambió. Acompañado de un elenco de jugadores de vértigo de la talla de Bertrand Gille, Patrick Cazal, ,Olivier Girault o Didier Dinart   se ponía en marcha una máquina con un perfecto engranaje en la que Richardson llevaba los mandos.

De esta manera conseguían alzarse con dos oros mundiales en los años 1995 y 2001. El calado de este jugador era tal en su país que llegó a ser el abanderado de Francia en los Juegos Olímpicos de Atenas.

Tras pasar por diferentes ligas europeas como la francesa o la durísima Bundesliga alemana, recayó en nuestro país, más concretamente en el Portland San Antonio de la mano de Zupo Equisoain. Lo que le hacía falta a una plantilla que ya contaba con jugadores más que contrastados de la talla de Jakimovic, Garralda, Buligan…madre mía, ¡la guinda del pastel!

Como decía anteriormente, ver cómo se movía este jugador era algo especial, algo diferente. Le rodeaba permanentemente un aura de superestrella, mezclado con altas dosis de humildad y aderezado de una competitividad y exigencia brutal. Cuando tenía el balón en sus manos sabías que algo mágico podía pasar,

Sonaba el silbato, comenzaba el espectáculo: pases imposibles, roscas en contraataque, rectificados y solo iban 10 minutos. Robos de balón, tiros de cadera, más contraataques…¿este tipo no se cansa? Descanso. No me quiero levantar de la silla. Todavía quedaban 30 minutos de un magnífico tutorial de cómo desempeñar a la perfección las funciones en la posición de avanzado en ese 5.1. Como una lanza en permanente amenaza hacia el rival. Pitido final. No queda nada más que levantarse y aplaudir. Otra vez lo ha hecho.

En 2009 regresó a Francia para disfrutar de un retiro más que merecido y así comenzar a formarse en una nueva etapa como entrenador.  Mientras los toreros se cortan la coleta, Jackson Richardson colgó sus rastas dejando a un lado ese look tan característico con el que lo recuerdan los aficionados en su etapa en activo.

Actualmente, su hijo Melvyn, sigue los pasos de su padre siendo una de las mayores promesas de futuro del balonmano francés. Como se suele decir, ¨de tal palo, tal astilla¨.

¿Volverán a lucir unas rastas francesas en las pistas europeas? Tiempo al tiempo.

(Fotos vía: lehandball.com)

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