«Cada paciente es como es»… «No existen dos lesiones iguales»… «Las personas necesitan su tiempo de recuperación»…
Todas estas frases archiconocidas en el mundo sanitario vienen a resumirse en una sola frase, y es que «no hay lesiones, hay lesionados».
En la actualidad vivimos inmersos en una vorágine informativa bestial, en la que cada diagnóstico, cada tratamiento o cada comentario se analiza bajo la lupa de quien puede contrastar al instante toda esa información a golpe de «click» y verificar lo expresado por el facultativo o sanitario en general.
Abogo por normalizar esa situación. Volver a la transparencia informativa y de opinión como arma facilitadora de entendimiento entre sanitario y paciente.
Pero también el profesional deberá contemplar que cada lesión tiene múltiples versiones, supeditadas a la persona que la sufre y las circunstancias que la rodean.
Debemos tener en cuenta, por tanto, que una misma lesión en dos personas diferentes pueden recorrer un camino paralelo o diametralmente opuesto en función de todos estos factores externos como pueden ser el trabajo, la situación familiar, emocional, etc.
Conocer a la persona que está detrás de esa lesión y saber empatizar con ella nos dará la clave para afrontar el tratamiento de la manera más correcta.
Eso quiere decir que en un primer contacto debemos saber escuchar no solo a las indicaciones estrictamente médicas que nos aportan sino también al modo en que nos lo cuentan, los detalles aparentemente superfluos que están llenos de contenido, a su lenguaje no verbal que puede mostrarnos muchas cosas, y un largo etcétera de datos que no deberán caer en «saco roto» para completar nuestro criterio, personalizar nuestro diagnóstico y el consecuente plan de trabajo.
Afortunadamente en nuestro país tenemos un amplio abanico de buenos profesionales sanitarios y la competencia entre todos ellos, por tanto, es alta. Médicos en las distintas especialidades, enfermeros, fisioterapeutas, podólogos, terapeutas ocupacionales, nutricionistas, psicólogos, todos ellos demostrarán con nota sus conocimientos y destrezas. Pero aquel que además sepa ganarse la complicidad de su paciente, diagnosticar su lesión y aplicar un tratamiento acorde con la persona olvidándose de estándares y herméticos protocolos tendrá mayor probabilidad de éxito.
Porque el paciente exige, con razón, la implicación máxima del sanitario. El paciente no siente consuelo si escucha que «es normal que duela, siempre duele», o «tengo otros como tú con el mismo problema». El paciente quiere ver como a esos problemas le ponemos algún tipo de solución, o al menos lo intentamos poniendo todos nuestros medios a su servicio.
Cada vez las personas ante una lesión están más y mejor informadas, leen, buscan, comentan, comparan y disponen de un criterio con el que hacer frente a un diagnóstico o un mecanismo de trabajo si no les convence. Y dentro de esa exigencia ya no les vale «disfrutar de una insípida tanda de corrientes». Saben que eso no les va a solucionar su problema de forma eficaz y demandan algo más. Una terapia manual como base del tratamiento.
En todos los ámbitos de la vida generalizar induce al error de no considerar a cada una de las personas como individuales. En el mundo sanitario ocurre lo mismo. Adentrarnos en las situaciones personales de cada uno, implicarnos, empatizar y tratar a cada cual como algo único enriquecerá exponencialmente la calidad de nuestro tratamiento y por tanto de los resultados.
Porque a fin de cuentas… ponen el bien más preciado en nuestras manos, su salud.
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