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Entrenamiento invisible (3/3)

Durante los entrenamientos, nos sometemos a un estrés y exigencia física que obligan al organismo a realizar una serie de esfuerzos metabólicos y estructurales determinados por el tipo y duración concreta de trabajo realizado. En esos momentos, el cuerpo está “aguantando el castigo” dentro de sus posibilidades.

Una vez concluido el esfuerzo, empieza lo que se denomina periodo de descanso y ahí es donde el organismo cansado comienza su “rearme”, en previsión de la próxima situación de estrés. Y es en este “rearme” donde el organismo, en previsión de cargas de trabajo similares a las sufridas, va evolucionando; generando mayor número de células, mejorando las reservas energéticas y la eficacia para la transformación de energía en movimiento, fijando las estructuras neuronales implicadas en la coordinación necesaria en los gestos técnicos… un sinfín de acciones encaminadas a adecuar la aptitud del organismo a las exigencias a las que se va viendo sometido.

Hay muchas más horas del día donde no se entrena que horas en las que sí se entrena, por lo tanto, ese tiempo debe estar dominado por un comportamiento tan atento y exigente como lo sean nuestras metas deportivas, para que en esas horas de “no entrenar” el descanso físico posibilite una transferencia positiva del entrenamiento y poder rendir a un nivel óptimo en el siguiente esfuerzo gracias al principio de supercompensación y adaptación al estímulo.

El déficit en cantidad o calidad de este periodo de recuperación, así como el exceso de cargas de trabajo, terminan generando sobreesfuerzos y aparición de estados de fatiga. Lo que comúnmente se denomina sobreentrenamiento.

Hablando de atletas de menor nivel (ya sea porque su nivel de desempeño, aunque bueno, no puede englobarse dentro del apartado anterior o porque aún son deportistas jóvenes en formación), normalmente la “sobrecarga mental” suele proceder de una mala gestión de tiempos y esfuerzos de la faceta estudiantil y/o profesional, que por evidentes motivos, tiene y debe tener una importancia y trascendencia mucho mayor en sus proyectos de vida.

Cuando debemos integrar un programa deportivo dentro de una actividad profesional (comer y pagarse la vivienda es una prioridad indiscutible), hay que partir de los horarios, turnos, las posibilidades de descanso y el desgaste físico provocado por el trabajo, para poder desarrollar un buen nivel de progreso del deportista. La responsabilidad del deportista será la de gestionar su trabajo, turnos, fechas de entrega… etc. Con la finalidad de que se pueda mantener el programa establecido razonablemente.

En el caso de los jóvenes estudiantes, repetiré la frase que les digo siempre: “el 80% de lo que ganéis en la pista, lo conseguís estudiando, así que no dejéis para mañana lo que pudisteis hacer ayer” es evidente que el cansancio, estrés y presión que suponen las semanas de exámenes son inevitables, pero si con constancia y organización van adelantando todo el trabajo que se pueda, evitaremos en gran medida “el atracón” de estudiarse los exámenes de un día para otro y los sustos por una preparación deficiente de los mismos.

No pocas veces he visto como la privación de sueño y descanso para poder estudiar ha provocado que viniesen en pésimas condiciones al entreno (siendo enviados automáticamente a su casa a dormir, que era lo menos malo en esas circunstancias) o llegando a interferir en el proceso cognitivo asociado al entreno, debiendo cambiar el trabajo técnico/táctico a físico, por intentar salvar en lo posible la integridad del programa.

También es común el ver como son castigados por sus padres a causa de los malos resultados obtenidos, hasta la recuperación de lo suspendido, decisión que, aunque con toda legitimidad y corrección, destruye todo el trabajo y planificación previa, generándoles además mucha ansiedad por la pérdida de posibilidades de conseguir alcanzar los objetivos que esto supone.

Todo esto cobra especial relevancia si tenemos en cuenta la frecuente coincidencia en el calendario de competiciones importantes y fechas de exámenes, por lo que una responsabilidad de primer orden para los deportistas jóvenes que están estudiando es la de mantener un ritmo constante y previsor en sus estudios, para generar las mínimas interferencias con su vida deportiva.

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En definitiva, el denominado entrenamiento invisible, será el menos visible, pero no el menos importante, puesto que dependiendo de su adecuación y calidad, reduciremos imprevistos, lesiones, problemas, ansiedad y decepciones en los deportistas. Un deportista ha de vivir como lo que es, una persona comprometida con un objetivo y cuanto más alto es ese objetivo y mayor es el compromiso, más áreas y facetas de su vida deben girar en torno a ello,  siendo así facilitadoras de la misión asumida.

 

 

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