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Un novato en la Copa: Día IV

Cuatro días. En tan corto (o largo, según para qué) periodo de tiempo, me he adaptado a lo que exige ser un profesional acreditado para cubrir un evento tan importante como la Copa de España. Porque aunque me costase creerlo al principio, eso somos, profesionales que contamos para mucha gente todo lo que ha ocurrido en la pista.

Aunque se ha marchado mucha gente – no todas las aficiones aguantan hasta el último día – se palpa algo distinto en el ambiente. Ya no están las calles pobladas de amarillo jienense, no se escuchan los tambores peñiscolanos o el escándalo sano que montaban los navarros.

Sólo quedan dos equipos: ElPozo Murcia Movistar Inter. Una reedición de la última final de Copa, la de 2016 en Guadalajara, y que ganó Inter. También una reedición mucho más cercana, la de la Supercopa 2017 en Antequera en la que los murcianos se vengaron. Un reencuentro clásico que tuvo en su último choque aquellas lamentables imágenes en la que se vieron envueltos tanto entrenadores como jugadores, y que no merece la pena volver a sacar a colación.

Pero las aficiones no cantan, apenas animan. Y no es una crítica, no. Es sencillo: a la Copa se viene a disfrutar, a mezclarse con otras aficiones y a pasarlo bien… Pero no cuando llegas a la final. Una vez estás tan cerca del trofeo lo único que deseas es cogerlo con ambas manos y salir corriendo con él. Es bonito ganarse el cariño de un pabellón, como han hecho los gladiadores de Imanol Arregui, pero en este punto de la película lo único que deseas es que el bueno bese a la chica, salga el cartel que diga “The end” y te marches a casa con la satisfacción del deber cumplido.

Aprovechando que la entrada es libre y que el clima ha comenzado a empeorar en Ciudad Real y no apetece mucho paseo, vuelvo al Quijote Arena a una hora atípica: las 12.00 de la mañana. El motivo, presenciar la disputa de la MiniCopa de España, un campeonato de categoría infantil entre los equipos participantes en la Copa “de los mayores”, como escucho decir a un niño en las gradas.

La final demuestra el potencial que tienen las categorías inferiores catalanas. El FC Barcelona Lassa se impone por 4-1 a los chicos de Catgas Energía. El pabellón aplaude a los chicos de ambos equipos y pese a la rivalidad, el ambiente es distendido. Qué distinto lo veo todo, me digo, pensando en lo que nos espera por la tarde.

Pese a que estamos ante toda una final, al entrar por la puerta de medios veo que hay gente que aún no ha recogido su acreditación. Mi compañero a lado izquierdo, de un periódico mallorquín, no ha aparecido en todo el torneo. El de la derecha, de una web de Jaén, ya me había advertido en las semifinales que no se haría otra vez cuatro horas de coche si no pasaba el Paraíso Interior. Cumple su “amenaza” y me encuentro sin nadie alrededor. Más espacio para mis papeles, pienso encogiéndome de hombros.

Paseo por la sala de prensa y descubro lo distinto que lo veo todo. Ahora sé donde se dan las ruedas de prensa, conozco dónde se ubican los baños, sé qué periodistas se van a quedar trabajando cuando se apaguen las luces de la pista y cuáles aprovecharán para una última visita al cátering… Sorprende lo rápido que nos acostumbramos a los cambios. Cojo una fotocopia recién impresa para ver las alineaciones, con naturalidad, como si llevase toda la vida haciendo lo mismo.

El partido transcurre con intensidad. El tiempo pasa volando, y en el ambiente flota una tensión distinta. Un toque nostálgico, de algo que se acaba, algo bonito y único. Las ruedas de prensa son muy distintas. A Jesús Velasco han tenido casi que arrastrarle hasta allí. Josan, en cambio, quiere irse lo antes posible. En la pista, los jugadores botan con la afición, reparten selfies a pares y demuestran la cara más amable del deporte.

La placa que identificaba nuestro lugar en la zona de prensa

Estiro el chicle hasta el máximo. No me quiero ir, el Quijote Arena ha sido como una segunda casa, una acogedora donde me he sentido muy agusto. Cierro el portátil y miro la que ha sido mi mesa estos días. Hago una última cosa: arranco el plástico que identificaba el nombre de Sexto Anillo. No debería, aunque dudo que a alguien le importe. Todo acaba, y ese es un recuerdo que voy a tener: mi trofeo particular.

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