Rafa Nadal ha perdido hoy en el momento que menos debía haberlo hecho, sin embargo, de nada sirve lamentarse después de este suceso, porque, sinceramente, pocos habían esperado que se confirmase su presencia en la final. Ni siquiera yo.
Sí, soy de esos que creyó que la carrera de uno de los mejores tenistas de la historia había terminado cuando durante el pasado año cayeron, una tras otra, las lesiones sobre él. No diré que subestimé a Nadal, pero sí que no lo vi con el hambre ni la fuerza suficiente como para hacerse nuevamente con la cima del mundo. Además, la situación que se estaba viviendo con el dominio repentino de Murray, batiéndose en duelo con Djokovic, y de otros profesionales como Raonic, Wawrinka, Monfils o Nishikori, me hicieron reforzar aún más mi opinión.
Nunca pensé que algo fuese a cambiar tan drásticamente la vida de un ser humano, pero, por suerte, Carlos Moyá ha sido capaz de hacerlo. El ex número uno del mundo ha demostrado que lo que aconteció en 2016 en el banquillo de Milos no fue coincidencia. Y es que, los entrenamientos del manacorí debían cambiar para que el rumbo diese el giro necesario. Estando falto de ritmo y de agilidad, quién mejor que un portento de la preparación física y de la táctica para mejorarlo.
Así pues, creyendo todos que se trataba de un sueño que no se conseguiría jamás, empezó Moyá su búsqueda de los títulos. Por arte de magia o no, Rafa se mantuvo en Abu Dhabi hasta el final, siguiendo su recorrido en Australia y llegando a alzarse con un trofeo. Poco a poco iba cogiendo forma un proyecto en el que el balear se vería obligado a entrenar hasta dos veces al día con la finalidad de desafiar las leyes de la gravedad, ese que él mismo reescribe después de cada peloteo.
Con muchas esperanzas depositadas en hacer un buen papel en Melbourne, la expedición nadalista se sentó en la grada de la Rod Laver pensando cada día en llegar hasta esta noche australiana. Uno por uno fueron despachados grandes nombres, tenistas duros, guerreros; fueron mandados de vuelta a casa promesas como Zverev, que empiezan a hacerse un hueco en el circuito, y que muy probablemente terminarán como aquel que más quebraderos de cabeza le dio: un Grigor Dimitrov que demostró ser distinto del resto.
Sin duda alguna, si tengo que quedarme con algo de este entorchado australiano que abre el año, seleccionaré, con los ojos cerrados, la enorme y heroica victoria del nuestro sobre Grigor. Absolutamente ningún profesional será capaz de emular el despliegue que mostró Rafa en estas cinco horas de choque que lo condujeron a soñar con lo que ya había imaginado durante las pasadas dos semanas.
Desgraciadamente, aquí termina mi historia, aquí finaliza mi repaso a su 2017. ¿Extraño verdad? En efecto, finalizo aquí y realizo este repaso porque en tan solo 29 días Nadal nos ha dado a todos una lección. Nos ha enseñado a volver a creer, nos ha puesto el corazón en la mano con sus golpes, pero, ante todo, nos ha hecho soñar como hace años. La suerte es que aquí no acaba esta historia, sino que tan solo empieza.
Has vuelto, Rafa. Créeme.
Imagen: El País Deportes.
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