Conor McGregor es un chico especial y todo el planeta Tierra ha podido averiguarlo con la actuación de la pasada noche en la ‘Ciudad de los Sueños’. Sin embargo, personalmente no solo lo veo como esto, sino como algo más. Para mí McGregor es una leyenda del deporte.
Solía ver combates de Muhammad Ali antes de dormir cada noche en los años de finales de la ESO. Presencié cada choque importante de este enorme luchador e incluso me aprendí cada rival notorio que tuvo en su carrera. Amé a ese hombre. Escuché todos sus comentarios, pasé horas delante de los documentales que historias contaban sobre su vida y me emocioné con el Thrilla in Manila y esas frases legendarias del todavía más legendario Joe Frazier.
Así, empecé a amar un deporte que no había seguido en gran cantidad desde que era pequeño. Yo, fan destacado de la WWE, solo había presenciado los grandes duelos de esta liga centrada en el espectáculo, y no los verdaderos. Me informé, me adentré, seguí investigando hasta llegar a mi cumbre, una que pasó a llamarse UFC.
Esta grandiosa creación del ser humano no podía ser algo real. Probablemente había soñado durante gran parte de mi infancia con poder presenciar un deporte como tal, uno en el que pudieses quedar KO contra la lona en cualquier segundo si tu rival quería. Esta disciplina me enseñó a ser serio, a valorar los pequeños momentos y, sobre todo, a querer analizar cada gesto de las personas. Sin embargo, hubo alguien que me enseñó aún más a amar este éxito de ventas en todo el mundo: Conor McGregor.
‘The Notorious‘, tal y como su nombre dice, es odiado en todo el mundo, lo es y lo será durante mucho tiempo. Su ego, sus publicaciones en redes sociales, su ‘Trash Talking‘, que se equipara al de su reflejo Ronda Rousey, su vacile constante, lo convierten en una personalidad dentro del mundo de la lucha sin precedentes. Este símbolo de las artes marciales mixtas ha cambiado el deporte para siempre enseñando que si trabajas y consigues tus metas, podrás hacer lo que desees después, siempre y cuando nunca te bajes del escalón al que tanto te ha costado llegar.
Nadie, absolutamente nadie ha conseguido llegar a un lugar tan alto como el que a día de hoy se encuentra este mito de la rama deportiva más agresiva del planeta. Conor ha roto esquemas, ha enseñado a las personas a luchar por lo que querían y, más aún, ha quebrantado los huesos de todo aquel que se ha intentado interponer en su camino. Aldo rogó y cayó; Díaz lo tumbó y aceptó una revancha que lo condenaría a un sufrimiento constante durante estos meses; y, finalmente, Álvarez habló y mordió el polvo de la lona rozando el ridículo en el escenario más importante de la historia de la lucha.
Hasta cuatro veces tuvo que levantarse el americano defensor del Peso Ligero para que un impresionante McGregor lo barriera de forma incluso pasiva. No había nadie en el titánico Madison Square Garden que no alabase lo que estaba realizando un irlandés totalmente imparable. Era un baile de mariposa que se combinaba con picaduras de reinas avispa.
Dejando con la piel de gallina a todos sus seguidores, el chico de Dublín llegó a colocarse las manos en la espalda y evitar golpes de su contrincante en señal de mofa. Ni siquiera con aquello Eddie fue capaz de apagar el medidor de risa que el templo de Nueva York estaba apunto de destrozar. El trámite era demasiado duro como para superarlo de golpe, así pues, el que todos sabían que iba a terminar como victorioso, demoró la obra una escena más.
Un minuto y cincuenta y seis segundos de segunda ronda le fueron suficientes a un Conor que asestó uno de esos envíos que dejan sin respiración a cualquiera. El luchador, montado en cólera corrió a rematar algo que estaba más que fallecido. El colegiado se acercó apresuradamente para que no fuese nada hacia males mayores. El Madison temblaba, suspiraba, aplaudía y se rendía a sus pies. El final llegaba y la emoción se desataba.
Cuando todo estuvo terminado, él mismo reconoció que no sabía qué más podía conseguir a un Joe Rogan que se sintió parte de la leyenda forjada por este señor. Pidiendo sus dos títulos como si de algo místico se tratase, el bicampeón se sumió en instantes de alegría que pocos pueden saborear en una vida. Todo era placer en esos minutos. Todo.
Fue entonces cuando recordé aquellas noches, aquel duelo de titanes en el templo de los Estados Unidos. Fue entonces cuando recapacité y conseguí llegar a la conclusión de que un nuevo Dios del Olimpo había nacido. Y es que, siete meses después del fallecimiento del mejor de todos los tiempos, la reencarnación se vio en todos los aspectos en un chico que puso de nuevo sobre la mesa la cuestión en el mundo del deporte de: ¿Quién podrá tumbarle alguna vez?
‘Love him or hate him‘ es la frase que identifica a esta estrella.
Imagen: La Taberna.
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