ATP Opinión Tenis

Para hablar de más, como Kyrgios, basta un microfono o un celular; para ganar, como Nadal, basta el tenis

En tiempos en los que abunda el mediatismo de las redes sociales, y el afán por conseguir clicks, likes, o views, los medios de comunicación se muestren hábidos de conseguir contenido que les permita generar ruido.

El deporte no es ajeno a este fenómeno, y este jueves el tenis logró llegar a estas esferas, pues vaya que lo estamos viendo con un personaje que ya aburre de lo “peculiar” que se exhibe ante el mundo como el especial Nick Kyrgios.

El tenista australiano definitivamente, y sin lugar a que haya la menor duda, es un tenista dueño de un talento descomunal, digno de un campeón de grandes torneos y que puede perfectamente llenar titulares por su tenis transgresor, fuera de lo tradicional, poco ortodoxo, pero agradable de ver por lo brillante y variado de su repertorio.

Pero así como es capaz de lo realmente bueno, es capaz de lo peor posible en un rectángulo de tenis; y no solo ahí como pueden alegar aquellos que aplauden de su comportamiento, sino también cuando se dirigirse ante el público, ya sea en ruedas de prensa, o a la hora de conceder entrevistas.

Parece que Nick se está decantando, y sin retorno, por un mundo en el que para él, quizá salir de juerga o el micrófono, es más importante que la raqueta como vehículo para proyectar su imagen al mundo del deporte.

Nicholas, un auténtico prodigio, que hace recordar que en el tenis puede haber cabida para otros estilos que son poco comunes.

Kyrgios es un jugador que cautiva a quien quiera verlo porque tiene la capacidad de sacar de la galera golpes con una potencia en su saque y su derecha inimaginable, incontenible para cualquier persona que se pare del otro lado de la red; pero a su vez, tiene un juego de sensibilidad estupendo con sus drop shots y cuando va a la red.

Y si faltaba la guinda del pastel, es capaz de ejecutar, de la nada, golpes entre las piernas o sobrepiques de forma súbita que son capaces de desconcertar a sus rivales. No importa si es alquien proveniente de una qualy, o si es el mismo Roger Federer.

Sea quien sea su rival, se sabe que de poco y nada sirve estudiar a Kyrgios y ejecutar un plan de juego antes de chocar contra él porque es tan talentoso, que no se le puede definir con una única línea de juego.

El australiano, N°43 del mundo, es toda una caja de sorpresas para todos: incógnito, indescifrable, pero divertido y cautivador. Esto, claro está, hablando de lo puramente tenístico.

Caso perdido

Desafortunadamente Kyrgios encontró una forma errónea con la cual encausar y encumbrar todo aquello que es capaz de demostrar cuando empuña una raqueta.

Si bien es cierto que su temperamento y su histrionismo ya han sido vistos varias veces en las pistas de tenis, caso  John McEnroe en lo primero, o Michael Chang en lo segundo, el jugador ha llegado a un punto en el que ya ni tiene peso en ese rol de bad guy, de rude boy, porque ya lo hace tan seguido, que hastía. Ya nisiquiera es tal cosa.

Hay un punto clave aquí, y es que al fin y al cabo cada quién decide qué camino tomar y cómo comportarse, pues todos tenemos la libertad de escoger lo que queremos ser, y eso es válido.

Lo que no termina de cerrar este ciclo en el caso de Kyrgios, es que él ya llegó a un punto en el que se perdió el sentido, el norte de cada palabra altisonante que esboza cada vez que puede o quiere.

Se necesita gente que se atreva a romper esquemas en el tenis, y que incomode a los intocables. Pero no por eso tiene que despotricar de todo el mundo, patear botellas, tirar sillas, hablar mal de sus rivales, rechazar torneos y todo para terminar perdiendo a las primeras de cambio.

Un auténtico bad guy como McEnroe, adalid incontestable de lo que significa ser anárquico y transgresor, pero al fin campeón, llegó a comportarse igual o peor que el mismo joven australiano, supo ganar 77 títulos, y 7 de ellos de Grand Slam.

Y aquí va el argumento de aquella clave antes mencionada: a Nick le hace falta algo sencillo para que todo su discurso y fachada tenga asidero: ¡ganar!.

De nada sirve pasarse la vida por el tour hablando, despotricando, demostrando preferencia por cosas como la noche, entrenar poco, si no se sustenta aquel discurso con triunfos, títulos, una verdadera marca. 

Y Kyrgios, parece que quedará, si es que no se da cuenta de este aspecto, como un simple hablador, talentoso, pero al final del día, alguien cuyas palabras que esboza son tan livianas que son estériles a la hora de medirse con los grandes, y terminará en el olvido, en el ostracismo tenístico.

Rafael Nadal, movido por el efecto Kyrgios, halló el antídoto y se recompuso donde más vale, en la catedral

Hoy el mundo del tenis fue testigo de un auténtico “combate de boxeo”, que tuvo la pista central de Wimbledon como si fuese un cuadrilatero.

Un combate reñidísimo y con todos los ingredientes de un auténtico espectáculo que se acabó en 4 rounds y en más de tres horas: 6-3, 3-6, 7-6(5) y 7-6(3) entre “La cobra” Kyrgios, y “la fiera” Nadal

Muchos podrán encontrar en este juego de palabras digno de otro deporte algo exagerado, pero fueron los mismos medios, el mismo torneo, la misma ATP, quienes se encargaron de preparar el partido como algo similar para alimentar el morbo.

Como no podia ser de otra manera, el mismo Kyrgios reprodujo en sus redes sociales. Y es en este punto en el que se fijan las palabras suscritas al comienzo de este texto.

No es un secreto que aquello creado por Kyrgios logró mover las fibras y la infranqueble mentalidad de Rafael Nadal.

Como nunca antes, o quizá muy contadas veces en su carrera, se ha notado que alguien como el australiano haya logrado generar ampolla en el español.

La cabeza de Nadal logró ser invadida, ya sea desde aspectos propios de su antagónico, declaraciones hacia él y su tío Tony, gestos entre puntos, cruces fuertes contra el juez de silla, o incluso algo gracioso como lo fue una serie de estornudos antes de un saque.

Nick, ganador de aquel partido en Acapulco, logró en su momento terminar de hacer estallar la discordia, invadió la cabeza de Nadal, e hizo creer que aquel témpano mental, sería derrumbado por este factor sorpresa.

Incluso el propio Nadal aceptó luego de terminar el partido que perdió la concentración en un largo pasaje del mismo.

Nadal, en la previa y durante el juego, se mostró visiblemente tocado por lo que se ha convertido Kyrgios para él en lo previo. Lo dejó notar al extremo en sus gestos, reacciones durante el partido, y en la forma como se descargó al verse como ganador.

Pero finalmente, Rafa logró derrivar sus fantasmas, reordenó sus piezas y demostró que para hablar como lo hace su rival de ayer, hay que sustentarlo como debe ser: ganando.

Y no pudo haber mejor escenario para el suceso que se presenció. Justamente fue Wimbledon, el lugar en el que esta historia comenzó, y en el que la balanza entre los dos se inclinó.

Fue la catedral del tenis la que terminaría por demostrar que Kyrgios, hasta por amor propio, debería pensar mejor lo que dirá cada vez que habla.

Esto último, porque algunas veces se puede ser esclavo de las palabras. Kyrgios, desafiante y altisonante, manifestó que no jugaría Roland Garros, mientras todo el mundo ponía sus ojos en ese lugar, porque no le gusta la tierra batida, porque prefería entrenarse para Wimbledon, y porque el segundo Grand Slam “apesta”.

Pues bien, resulta que todo ese lujo que Kyrgios se dió al despotricar a diestra y siniestra, terminó en que el campeón de ese Grand Slam que para él apesta, y que demeritó abiertamente, terminó por sacarlo en una tempranera segunda ronda.

Y ya no cambiará

Como era de esperarse, el partido siguió en las respectivas ruedas de prensa. Ese deseo encarnizado de obtener noticia, hizo que los medios le buscaran la boca a Nick. Él, ni corto ni perezoso, cedió ante la vanalidad de la prensa.

El australiano acudió al tema del pelotazo hacia Nadal, entre otras cosas justificándose y demostrando que no cambiará diciendo que no se disculpará. También, que para eso Nadal tiene tantos títulos y dinero en su cuenta, que “sí quería golpearle”.

Y para cerrar, afirmó no sientir que pueda ganar un Grand Slam en el momento, porque el juega muy bien al tenis y sabe lo talentoso que es, pero que no es profesional. 

Bien por él si piensa así, pero como también declaró el español cuando tuvo su oportunidad:

“A mí lo que haga él me tiene sin cuidado”, “si él jugara así, concentrado y bien como lo hizo hoy, estaría en el top 5 sin problema”.

“Él tiene muchos buenos ingredientes, pero hay algo que le falta y es amor y la pasión por el juego, si no lo tiene, es difícil lograr cosas, pese a que tiene el talento de ganar un Grand Slam”.

Dicho todo lo anterior, es una lástima que alguien tan único como Nick Kyrgios en su juego se pierda en lo efímeras de sus palabras y sus maneras, más poderosas que él mismo. Y como él dice, no le importa, seguirá así, y no cambiará nada por ahora.

Quizá sea momento de aplicar un consejo que terminó dejando Nadal en su comparcencia ante los medios, y es que será mejor que vayamos dejando de hablar de Nick Kyrgios y sus fantochadas, porque eso alimenta su ego y los clicks desenfrenados.

Al menos, que esta sea la última vez que se habla de él por estas cosas, y que si toca dedicarle unas palabras, que sea por lo que es capaz de demostrar jugando al tenis.

Por el fulgor de los likes views que gobiernan al mundo de hoy, Nick es una estrella; sin embargo, con el paso del tiempo, se perderá, mientras que su verdugo de ayer, Nadal, le dejó una lección importante: ¡ganar, para despupes hablar!.

Rafael Nadal es la clara ilustración de que, a pesar de los defectos que incluso él tiene al jugar, hay que potenciar el talento y el deseo de ganar.
Imagen: @ATPTour_ES Twitter.

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