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Gritos e insultos, el hilo musical en las gradas del fútbol formativo

Nada, que no acabamos con ello. Cada cierto tiempo sale en los periódicos algún artículo que llama la atención sobre este tema. E incluso las televisiones se hacen eco de la noticia emitiendo vídeos bochornosos de padres (y madres) discutiendo o pegándose en las gradas durante un partido de fútbol de alevines o benjamines. Pero no nos equivoquemos, estos espectáculos no se producen puntualmente. Se dan, en mayor o menor medida, todos y cada uno de los fines de semana en todos los campos de fútbol de categorías inferiores. Sin duda, algo estamos haciendo mal.

No sé si esta reflexión llegará a muchos padres. Ni si sólo llegará, como suele suceder, a los que menos lo necesitan. Pero al menos, para ellos, que sirva de apoyo y reconocimiento a su buen hacer. Ser padre no es fácil, todos nos equivocamos alguna vez. Pero si somos conscientes del daño que hacemos a nuestros hijos con los gritos, insultos, o indicaciones desde la grada, quizá empecemos a cambiar nuestro comportamiento. Por su bien, por el cariño que les tenemos, porque queremos lo mejor para ellos.

Recuerdo un partido de benjamines. Los niños rodeaban al entrenador para escuchar sus indicaciones iniciales. Un padre, desde la grada, gritaba a su hijo, le animaba. “¡Vamos, hoy seguro que metes gol!” – le decía. Los niños comenzaron a calentar. El padre se acercó al césped y empezó a darle instrucciones (¿otra charla de entrenador?). De repente el chaval se volvió a su padre y sin mirarle a la cara le dijo: “Por favor, papá, cállate, me da vergüenza”.

Muchos niños quizá no sean capaces de decírselo así a sus padres, pero la realidad es que cuando les ven gritando y dando la nota se avergüenzan de ellos. ¿Hay algo más triste?

Además, esos mensajes del tipo “Hay que ganar” o “Seguro que sales de titular” generan una presión excesiva en los chicos. Los padres somos los referentes más importantes en sus vidas y no quieren defraudarnos. Si no ganan, si no son titulares, si no meten gol… ¿les vamos a querer menos? Claro que no. Pero quizá ellos no lo saben.

Y cuando nuestras indicaciones desde la grada contradicen a las del entrenador, ¿a quién hacen caso? ¿Quién es para ellos el referente en el campo? Imagina que en tu trabajo tuvieras dos jefes y cada uno te diera órdenes diferentes, opuestas muchas veces, ¿cómo te sentirías? Pues así es como ellos se sienten.

Nosotros, los padres, somos para ellos figuras de autoridad, como también lo son el entrenador y el árbitro en el campo de juego. Si con nuestros gritos e insultos además nos dedicamos a desprestigiar su labor, a menospreciar su trabajo y a ridiculizarles, nuestros hijos aprenderán que eso se puede hacer. Que faltar al respeto a las figuras de autoridad está bien. Porque no nos olvidemos de que nuestros hijos aprenden más de lo que ven en nosotros que de lo que les decimos. Y si eso así, cuando nuestros hijos lleguen a la adolescencia, ¿nos sorprenderá que nos contesten a nosotros de mala manera? ¿por qué? Eso es lo que les hemos enseñado con nuestro ejemplo.

Por todo esto, yo les pediría a los padres y madres que cada fin de semana acompañan a sus hijos a los campos de fútbol a que practiquen su deporte favorito:

  • Que lo hagan con la intención de disfrutar con la actividad deportiva de sus hijos. Con la intención de pasar un buen rato viéndolos crecer como deportistas.
  • Que aprovechen esta actividad para crear un vínculo de unión con sus hijos. Cuando sean adolescentes nos vendrá muy bien tener un tema de conversación que compartir con ellos.
  • Que se propongan firmemente transmitir con su ejemplo los valores del deporte.
  • Y que hagan un ejercicio importante de gestión emocional. No vale el “yo es que soy así y se me va la olla”. Todos podemos aprender a gestionar nuestras emociones, pero hay que dedicarle un esfuerzo. Hace algún tiempo trabajé con el padre de un jugador a raíz de un incidente que hubo durante un partido de fútbol. El partido se había puesto en contra y él perdió los nervios. Se puso a insultar al árbitro, a los rivales, y a punto estuvo de llegar a las manos con un padre del equipo contrario. A los pocos días le cité y estuvimos hablando del incidente. El se dio cuenta de cómo su comportamiento afectaba a su hijo, lo que más quería en el mundo. Y por ello, decidió buscar herramientas que le ayudaran a tener un mayor control de sus emociones. Fue a clases de meditación. Decidió ponerse música relajante de camino a los partidos. Y si en algún momento veía que iba a perder los nervios, salía del estadio, se daba un pequeño paseo, respiraba hondo y después volvía para seguir viendo jugar a su hijo. No volvió a protagonizar un incidente de este tipo.

Hagamos como este padre y construyamos, entre todos, un fútbol mejor para nuestros hijos.

 

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