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Las vacunas contra la Fiebre Amarilla, o cómo cayó la única dinastía del siglo XXI

El doce de junio del año 2002, Los Angeles Lakers alzaron al cielo de East Rutherford, New Jersey, su tercer trofeo Larry O’Brien consecutivo, confirmando su supremacía en el inicio del siglo XXI.

De nuevo Shaquille O’Neal era coronado el mejor jugador de las Finales, con unas medias escandalosas, de más de 36 puntos y doce rebotes por partido y, de nuevo, Phil Jackson era campeón de la NBA como entrenador, y ya iban nueve.

Sin embargo, tras aquel verano, ya no todo serían sonrisas en la segunda ciudad de los Estados Unidos. Comenzaba a crecer la lucha de poder por el liderazgo de la franquicia. El todavía joven Kobe Bryant empezaba a intentar tomar el toro por los cuernos, en una temporada regular marcada por la artritis del pie derecho de Shaq.

Por primera vez, era Kobe el go-to-guy, y aquello tuvo consecuencias. Los Lakers pasaron de las 58 victorias más el anillo de la temporada anterior a unas ajustadas cincuenta que lo convirtieron en el quinto equipo de la Conferencia Oeste.

Así las cosas, se tuvieron que enfrentar a dos de los equipos más en forma de la liga: los Minnesota Timberwolves de Garnett y los San Antonio Spurs de Robinson y Duncan. La primera ronda fue superada tras ir perdiendo 1-2 contra los Wolves, con una paliza para los de Minneapolis (119-91) y un encuentro disputadísimo en el tercero (114-110). Tras verse con el agua al cuello, los Lakers resolvieron la eliminatoria en los tres partidos siguientes por diecisiete puntos de media.

Pero en la segunda ronda no iban a encontrar tal fluidez. Kobe fue, una vez más aquella temporada, la punta de lanza del ataque de los Lakers, siendo el máximo anotador de su equipo en cinco de los seis partidos que duró aquella serie. La mencionada fluidez se cortaba cuando Bryant asumía la responsabilidad, con lo cual firmó unos números brillantes, pero el resto del equipo, excepto Fisher y Shaq, no respondió. Enfrente tenían a la mejor versión del mejor Power Forward de la historia del baloncesto, Tim Duncan.

El bueno de Tim terminó la serie con 28 puntos y casi doce rebotes por encuentro, siendo el dominador total del juego. A su lado, en cambio, ya no se encontraba ni la sombra del mejor David Robinson, pero sí el jovencísimo Tony Parker y Manu Ginobili, el año en que empezaron a escribir con letras de oro su historia en la liga, la historia del mejor Big Three de siempre.

Las semifinales de conferencia se repartieron en tres partes. Los dos primeros partidos fueron para los Spurs, que se colocaban con un cómodo 2-0 que no les haría presagiar que el otrora campeón de la NBA les empataría la serie en el cambio de ciudad. Con un excelso Kobe y un no menos brillante O’Neal, los Lakers igualaban la serie a dos. El balón estaba en el tejado de Popovich, que con un sistema defensivo que marcó a los primigenios Spurs campeones, dejó a Shaquille en catorce tiros y una sola falta, mientras Kobe se tiraba las zapatillas. El resultado fue una nueva victoria de los Spurs, esta vez por la mínima: 96-94.

Pops había dado con la tecla para parar a los Lakers. Y estaba a un partido de las Finales de conferencia. El plan para el sexto fue diferente, y dio mejores réditos. Si paramos a los demás, Kobe y Shaq no pueden ganarnos solos, debió pensar Popovich, puesto que con los 51 puntos de ambos no fue, efectivamente, posible. El resto del roster se borró del sexto y el resultado fue una soberana paliza de los Spurs: 110-82, con Duncan saliéndose del mapa (37 puntos, 16 rebotes, cuatro asistencias y dos rebotes) y con Parker siendo el único del quinteto titular que bajó del cincuenta por ciento en tiros de campo (47%).

Foto vía: Blog de Basket

La temporada de los Lakers había terminado diametralmente opuesta a la del año anterior, con lo cual algo debía hacer al respecto el General Manager, Mitch Kupchak. Tras haber sido destrozados por Duncan y Parker, decidió buscar a un buen Power Forward y un gran base defensivo para intentar pararlos.

Así pues, en una de sus mejores operaciones realizadas al mando de las operaciones deportivas de los Lakers, consiguió juntar en un equipo a cuatro miembros del Hall of Fame (a la espera de la inclusión de Kobe). Sumó a los dos All-Stars que ya tenía a Karl Malone, el segundo máximo anotador de la historia de la liga, y al único base que haya ganado nunca el premio a Mejor defensor de la temporada, Gary Payton, ambos agentes libres y en el ocaso de sus carreras.

El experimento resultó a la perfección en los primeros veintiún partidos, con un récord de 18-3. A partir ahí, las lesiones se cebaron con el equipo, tanto que únicamente Devean George, Derek Fisher y Gary Payton jugaron los 82 partidos de la temporada regular. Los casos más preocupantes fueron los de Karl Malone, recién fichado, con 42 partidos disputados; Horace Grant, campeón con Phil Jackson tanto en Chicago como en los Lakers, y también Power Forward; y Rick Fox, el alero titular, que sólo pudo jugar en 38 ocasiones.

Con esta situación, los Lakers se anotaron un 38-23 en el resto de la temporada, para alcanzar el segundo puesto de la Conferencia Oeste, únicamente superados por el mejor trío de la liga aquel año, el que formaban Garnett, Sprewell y Cassell en los Timberwolves, que le valió el MVP de la temporada regular a Big Ticket.

Con ese segundo puesto, se enfrentaron a los Houston Rockets en la primera ronda, a los que vencieron sin dificultades en cinco partidos (4-1). Las semifinales de conferencia, por otro lado, consistieron en una reedición de las del año anterior, ante los vigentes campeones, los San Antonio Spurs, ya sin El Almirante, que se retiró tras conquistar el título en 2003.

Al igual que en los Playoffs de la temporada anterior, los cuatro primeros encuentros se los llevaron los equipos que jugaron en casa, así que volvería a ser muy importante el quinto encuentro, jugado en San Antonio, ya que los Spurs fueron campeones de división, lo que les otorgaba el factor cancha. De las dos series mencionadas entre ambos equipos, fue el encuentro más parecido a lo que hubiera querido Popovich a finales de los noventa: rácano, a pocos puntos y decidido al final.

Quedaban veintiséis segundos para el final cuando Fisher subía el balón con un punto de ventaja para los texanos (71-70). El balón era para Kobe en el flanco izquierdo del ataque de los Lakers. Reculando sobre Devin Brown, pidió el bloqueo directo de Malone. Tras rebasar a su defensor, Kobe se levantó dentro del triple un metro, anotando la canasta (71-72). Robert Horry, ya en la franquicia negra y plateada, hacía el gesto del tiempo muerto a la vez que Pops. Kobe se abrazaba con Horace Grant, de traje en el banquillo por una de sus lesiones. A la vuelta del tiempo muerto, y tras una casi pérdida de los Spurs, Ginobili se disponía a poner el balón en juego. Cinco segundos y cuatro décimas. Tras una finta exagerada y efectiva sobre Kobe, puso el balón en juego para Duncan, de espaldas a canasta, a seis metros, casi pisando el triple. La jugada dibujada consistía en hacer un bloqueo de Duncan con balón para evitar a Kobe y que Manu anotara fácil. Sin embargo, Kobe se repuso y se colocó entre la espalda de O’Neal, que defendía a Tim, y Manu. Ante la imposibilidad de buscar un pase con tan poco tiempo, Duncan realizó dos botes hacia el centro con la mano izquierda para levantarse ante O’Neal y Malone, que llegaba a la ayuda. Canastón. Cero segundos en el marcador, y cuatro décimas. El SBC Center de San Antonio reventó de júbilo. Era imposible que aquel partido se escapara. Tiempo muerto de Jackson. Las caras de O’Neal y Bryant en el banco lo decían todo: “otra vez, Tim”.

Tras el tiempo muerto, era Payton el encargado de poner el balón en juego. En pista para los Lakers estaban Shaquille, Kobe, Malone y Fisher. En orden de mayor a menor posibilidad de jugarse el último tiro. Los Lakers se situaron en la bombilla en una suerte de melé, para bloquearse y salir en varias direcciones. La primera opción era un alley-oop para O’Neal, que se encontró con Nesterovic debajo del aro, negándole la jugada. Mientras, se hizo un dos contra uno sobre Kobe a nueve metros del aro, tampoco recibió. Malone se quedó abierto en la bombilla con Duncan a un metro de distancia, pero el balón fue para Fisher, que como un loco se acercó hacia la banda, y ante Ginobili, que levantó únicamente los brazos en perpendicular al suelo para no hacer falta, anotó quizá la canasta más increíble de la historia de la NBA. Por el momento, por el tiempo que quedaba, por el ejecutor. Derek Fisher. Los Lakers, después de estar muertos, volvieron a resucitar. Robaron el partido en San Antonio y tenían dos oportunidades para volver a unas Finales de Conferencia tras la eliminación de 2003.

En el sexto partido, Shaq no brilló en ataque, pero con 19 rebotes y cinco tapones anuló a Duncan. Por otro lado, también fueron apagados Parker y Ginobili. Los Lakers volvían a encontrarse con los Timberwolves, pero esta vez el MVP lo tenía el otro equipo. Sin embargo, de nuevo en seis partidos, los Lakers fueron capaces de deshacerse de los Wolves. Garnett consiguió firmar grandes encuentros, pero estuvo poco asistido. Únicamente en el quinto encuentro fue determinante Sprewell. Así pues, ya estaban en las Finales, reeditando las de 1988 y 1989: Los Angeles Lakers vs Detroit Pistons.

También tenía lugar la reedición de las Finales de 2001 en los banquillos: Phil Jackson contra Larry Brown. El entrenador que había conseguido que un equipo mediocre con Iverson alcanzara las Finales había vuelto a meter a su equipo en la pomada. Esta vez los Pistons tenían mejor quinteto que aquellos Sixers. Dirigiendo las operaciones estaba uno de los mejores bases del siglo XXI, Chauncey Billups. Anotando compulsivamente, Richard Hamilton. Haciendo de todo un poco, y todo bien, Tayshaun Prince. Acumulando técnicas y tiros extremadamente elegantes, el recién llegado Rasheed Wallace. Intimidando, reboteando y taponando, el ojito derecho del Palace de Auburn Hills, Big Ben Wallace. Si había algún equipo capaz de parar a Shaquille y a Kobe a la vez, eran aquellos Pistons.

Foto vía: 3DJuegos

El camino de los Pistons por los Playoffs no fue un camino de rosas. Tras haber quedado segundos en la Coferencia Este, los Pistons se deshicieron de los Bucks de Michael Redd, ya sin Ray Allen por 4-1. En las semifinales de conferencia tuvo lugar la serie más dura de todos los Playoffs para los Pistons, aunque consiguieron pasarla 4-3 ante los New Jersey Nets de Kidd. A pesar de caer en la tercera prórroga del siempre importante quinto encuentro, los Pistons se repusieron y remontaron en el sexto y el séptimo, merced de una lesión de rodilla que arrastraba Kidd y que le mantuvo con los minutos reducidos.

En las Finales de Conferencia Este, el rival era Reggie Miller y sus Pacers, finalistas en 2000 ante los Lakers. Larry Bird fue fichado en aquella temporada como General Manager tras haber llevado a la franquicia a aquellas finales, y echó a su enemigo íntimo Isiah Thomas del banquillo de los Pacers para darle el mando a su ex compañero en los Celtics, Rick Carlisle. Con él, los Pacers alcanzaron las 61 victorias en temporada regular, pero llegaron fundidos a los Playoffs. Tras una serie agotadora ante los Heat, hincaron la rodilla ante el poderío físico de los Pistons. Así fue como el equipo dirigido por Larry Brown volvió a alcanzar unas finales tras los años dorados de los Bad Boys.

Antes del comienzo de las Finales, nadie daba un penique por los Pistons, al igual que a finales de los años ochenta. Aquella vez por Magic Johnson y Kareem Abdul-Jabbar, y esta, por Kobe y Shaq. Sin embargo, todos los problemas de la temporada se concentraron en aquellos nueve días que duraron las finales. Karl Malone se lesionó de nuevo y disputó sólo dos partidos completos sin aportar nada en absoluto. Gary Payton, después de demostrar toda la temporada que no se ajustó al triángulo ofensivo, hizo unas Finales indignas para un jugador de su categoría (4.2 puntos y 4.4. asistencias). Y Kobe y Shaq, con su disputa por ver quién era el jugador franquicia, apenas se ayudaron el uno al otro en la serie. Además, el banquillo no dio el salto de calidad necesario para suplir tanta miseria.

De principio a fin, las Finales de la NBA 2004 se jugaron a lo que quería Larry Brown en la banda, y Chauncey Billups en la pista. El único momento en que los Lakers fueron superiores a los Pistons fue en el primer cuarto del primer partido. Todos los balones pasaron por Shaq, que terminó con 34 puntos con sólo 16 tiros de campo. Sin embargo, a su alrededor, la nada. Una y otra vez era buscado O’Neal, como si él solo pudiera hacer frente a un entramado defensivo brutal. Aunque Ben Wallace fue su primer defensor, las ayudas de los Pistons fueron impecables durante toda la serie. Estas ayudas evitaron que Rasheed Wallace tuviera más peso en la eliminatoria, ya que tuvo problemas de faltas todas las Finales. Pero aquello no fue definitivo. Si los Lakers se basaron en Shaquille y Kobe, los Pistons tenían a cinco guerreros ayudados por Lindsey Hunter y Elden Campbell desde el banco. No grandes estrellas, pero jugadores de rol que consiguieron mantener el nivel en los escasos descansos de Ben Wallace y Billups. Como era característico en los equipos de Brown, exprimió a su quinteto hasta la extenuación, pero la envidiable preparación física de los Pistons hizo que fuera suficiente para destrozar a los Lakers.

Tras imponerse en el primer partido en el Staples, los Lakers parecía que iban a entregar también la segunda batalla. Restaban 47 segundos cuando, después de un rebote ofensivo brutal y canasta de Ben Wallace, los Pistons se ponían 83-89. En la siguiente jugada, Kobe se tiraba un triple inverosímil que daba en el aro, dando la oportunidad a O’Neal de recoger el rebote y sumar un 2+1 cuando todo estaba perdido (86-89). En la salida del balón, Kobe y Luke Walton, que estaba siendo el mejor del equipo por detrás de las dos estrellas, hacían un dos contra uno a Hamilton, que tras rebasar la línea de medio campo con dificultades pedía el tiempo muerto, con treinta segundos por jugar. El balón era para Billups, defendido por Fisher. Tras el intento de Fisher de sacarle la falta en ataque, el base de los Pistons buscaba la tabla para anotar pero el balón salía escupido por el aro. A diez segundos del final, Kobe pedía el tiempo muerto. En la reanudación, Kobe demostró por qué es una leyenda del Clutch Time. El balón de banda lo puso en juego Malone para Shaq, que en un mano a mano, se la entregó a Walton. Kobe esperaba en la esquina contraria, y en un nuevo mano a mano, recibió de Walton. Ese movimiento fue el que desajustó la defensa de los Pistons, pues Prince, el mejor defensor exterior de los Pistons se quedó con Walton y Hamilton con Kobe. Buscando la línea de tres desesperadamente, Kobe se alzó en la cara de Rip y anotó sin rozar apenas la red. 89-89 y el partido se fue a la prórroga. En esta, fue Walton el que destacó. El jugador de segundo año al rescate. Los Lakers, a un minuto y medio del final de la prórroga finiquitó el partido. 1-1, y todo el mundo a Detroit.

Sin embargo, la prórroga del segundo partido fue un oasis en el camino por el desierto de los Lakers en aquellas Finales. El tercer partido fue el ejemplo más claro de un partido infame por parte de equipo histórico. Los Pistons maniataron a Kobe y a Shaq de una manera nunca vista. Ben Wallace y Tayshaun Prince hicieron el partido defensivo de sus vidas, y eran jugadores defensivos. Shaquille y Kobe se quedaron en unos paupérrimos catorce y once puntos respectivamente, para un total de 68 de la franquicia angelina, por 88 de los Pistons. En ataque destacó Richard Hamilton, el experto en el tiro tras bloqueo indirecto. Un genio. Un mago del indirecto. Con bote, sin él. Imparable. 2-1 y las sensaciones eran justamente las contrarias al inicio de la serie. Ahora parecía imposible que los Lakers volvieran a ganar un partido a aquel equipo.

El cuarto, de nuevo en Detroit, fue más igualado, hasta que empezó el último cuarto. Un parcial escandaloso de los Pistons acabó con los Lakers, que estaban ya muertos. Apáticos. No eran capaces de buscar soluciones. Por el mismo camino se tomó el quinto y definitivo encuentro. Con Payton desaparecido, Malone en el banco de traje y Kobe en el 33% en tiros de campo, los Pistons consiguieron un parcial de 57-35 entre el segundo y el tercer cuarto que dejó resuelta la eliminatoria.

Billups dirigía el juego a su antojo y Hamilton ejecutaba. Prince era la luna evitando a Kobe brillar. Un equipo de desahuciados había conseguido okupar las mansiones de Hollywood. Un equipo de temporeros había destronado a las estrellas de cine. Un equipo había urgado en la herida de varios grandes jugadores unidos para la ocasión. Los Pistons consiguieron el anillo de la NBA jugando con el espíritu de la ciudad de Detroit: nada de brillo, sólo trabajo. No eran los Bad Boys, pero jugaban un baloncesto simple, efectivo y perfecto a nivel táctico. Los Pistons de la temporada 2003-2004 nunca pasarán a la historia por su juego para los aficionados al baloncesto, pero siempre serán una referencia para los entrenadores que quieran aprender a aprovechar lo que tienen. Y en eso, Larry Brown era un genio.

Aquel verano los Lakers tomaron el rumbo previsto si se había seguido al equipo por dentro. Tras la eterna disputa entre Kobe y Shaq, la franquicia decidió apostar por el más joven y envió a O’Neal a los Heat, a los que prometió ganar un anillo. Phil Jackson había apostado por mantener a Shaq, así que abandonó la franquicia tres días después de la última derrota ante los Pistons. Con 41 años, Malone se retiraba siendo uno de los grandes jugadores de la historia sin anillo. Gary Payton, tras un breve paso por los Celtics, se volvió a reunir con Shaq en los Heat para, de la mano de Dwayne Wade, ganar el anillo en 2006.

La que podría haber sido una dinastía únicamente comparable a la de los Celtics de los sesenta, acabó destruida por los egos y la caída más dura posible. Pero los Lakers nunca llegan a morir del todo, sólo tuvieron que esperar al uno de febrero de 2008, pero eso ya es otra historia.


Fuentes: basketballreference.com

youtube.com

lahemerotecanba.com

Fotografía portada: Getty Images

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