Opinión Rugby

El rugby y el silencio

“Te tímatanga o te màturanga ko te wahangú, te wáhanga tuarua ko te whakarango” (“La primera etapa del aprendizaje es el silencio, la segunda etapa es escuchar”)

            Hablar de silencio en el rugby entiendo que pueda sorprender a más de uno que desconozca en su totalidad lo qué es este deporte. Entiendo que aquellos que disfrutan cada minuto de su día gracias a un balón de forma oval se vayan rápidamente al respeto que se ha de mostrar ante cualquier pateador, local o visitante, en el momento que se enfrenta cual David frente a un Goliat en forma de h que se alza majestuoso sobre la línea de marca.

            El silencio no es solo ausencia de ruido. No es callar. No es pasividad. Al contrario, el silencio lleva intrínseco una actitud de alerta, de acogida en lo profundo. Es prepararse para el recogimiento, para el encuentro que hace disfrutar y hace crecer. Que permite ser un corazón auténtico sin miedo a ser arrollado por la corriente.

            ¿Tiene cabida el silencio, entendido de esta manera, en un deporte de placajes, montaje de mauls y limpieza de rucks? La pregunta ofende.

            Tiene cabida cuando cada pateador coloca el oval sobre su pequeño altar, consigue aislar su pensamiento de todo lo terrenal, inicia su pequeña danza sagrada (con su coreografía más o menos llamativa), golpea la pelota como si le fuera la vida en ello y carga sobre su espalda la responsabilidad de llevar a buen puerto el esfuerzo de todo su equipo.

            Pero también tiene su espacio en un momento que quizás pase inadvertido. Cada partido reconozco disfrutar más aún si cabe cuando las plantillas, finalizado el pertinente calentamiento, deciden retirarse al vestuario, en grupo y en silencio. Un silencio que ayuda a analizar las sensaciones de la previa, que ayuda a preparar al cuerpo para el choque, para la lucha, al mismo tiempo que predispone el espíritu para ser fiel a los valores que se han mamado, para ser un digno espejo en el que se mirarán seguramente muchos niños que estarán los ochenta minutos pendientes de lo que pase.

            Y aunque cada vez nos cueste más, el silencio ha de ser el claro dominador en la grada. Un silencio que nos haga disfrutar de lo que vemos, que nos permita ver más allá del balón, que nos haga fieles y coherentes con lo que predicamos. Un silencio que solo se rompa para alabar las acciones que lo merezcan, vengan de donde vengan. Que se rompa por un aplauso bien dado, por un ánimo o un cántico bien entregado. Pero por favor, ¡no mancillemos el honor del silencio con berridos, insultos o reclamando hasta la extenuación la línea cual si fuéramos frustrados jugadores de bingo!

            Ahora que parece que nuestro deporte coge peso y presencia en los medios, mostremos al mundo que desde el silencio se construye y se crece y dejemos que la inmensa riqueza del oval hable por sí sola.

“Taringa whakarongo” (“Deja que tus oídos oigan”)

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Imagen vía: www.espacioparacontar.com

 

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