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Un partido, una final y una historia

Una final de estas características no se juega cada día, y menos con la oportunidad de cambiar para siempre el rumbo de la historia. Este sábado, el equipo de Zidane vivirá una de esas noches mágicas, una de esas a las que está destinado este club de la capital.

Un partido. Uno, solo uno. Noventa minutos. Dos mitades en las que nadie sabe qué puede verdaderamente ocurrir. Una ciudad, dedicada al fútbol al cien por cien durante una semana, sin que un ciudadano pueda hablar de otra cosa que no sea un balón que rueda y rueda y veintidós tipos más un cuerpo arbitral que corren tras él. Un partido. Uno, solo uno.

Sí, un partido con el que si uno se hace, se lleva la gloria máxima, el reconocimiento de toda la vida de haberse coronado en el mayor trofeo posible. Un partido que si no se es capaz de gestionar, se cae en la máxima humillación. Noventa minutos en los que el corazón le vibra a todo aquel que siente un escudo que, no solo tiene una historia detrás de él, sino todo un sentimiento. Dos mitades con pelos de punta, piel de gallina y deseo de victoria. Una ciudad en la que la vida puede cambiar, en la que todo se juega, en la que todo está en juego.

Eso es una final de Champions, eso y millones de sentimientos indescriptibles más. Algo más que la felicidad está en juego cuando una final de estas características está ante nuestros ojos. Aquí no sirven las excusas, y todo aficionado lo sabe. El madridismo entiende lo que es la derrota, pero no la tolera. No nacimos para caer, fuimos creados para coronarnos, para ser grandiosos y demostrar a este mundo que aquello que nos hace grandes es conseguir el máximo reconocimiento posible.

Los valores del Real Madrid fueron inculcados a todos y cada uno de estos representantes que este sábado se dejarán la piel en aquel precioso estadio de rugby de Cardiff. Los once que salten sabrán que lo que simbolizan en esos momentos no es solo un club, sino un ejemplo de superación y de supremacía, pues, pocos pueden presumir de una cantidad tan enorme de títulos.

Pocos pueden saber lo que se siente al ganar once competiciones europeas, pese a que 6 de ellas sean en teórico ‘no color’. Pocos pueden saber qué es ver desfilar a Alfredo Di Stéfano por los mejores céspedes de Europa, o a don Paco Gento, Hugo Sánchez, Ronaldo Nazario, e incluso Cristiano Ronaldo. Pocos saben lo que es el amar a un escudo, el desvivirse por querer conocer una institución que fue creada hace 115 años por alguna razón.

Muy pocos entenderán lo que es un sentimiento que nunca se rinde, un corazón que forma parte de nuestro corazón, aquel que tembló, que saltó por lo aires, cuando Sergio Ramos encendió Lisboa. Muy pocos entenderán el amor por la victoria, el no darse nunca por contentado ni satisfecho y querer ser cada día más. Muy pocos, muy muy pocos, comprenderán lo que se siente al ser madridista, y todavía menos lo que para uno de corazón significa una final.

Este sábado el universo madridista vuelve a sus raíces, desembarca en las islas británicas para disfrutar de lo que es una recreación de nuestro instinto, aquel que nació en 1956 cuando don Santiago Bernabéu y France Football decidieron unirse para crear la mayor competencia de la historia del deporte, para crear la preciosa Copa de Europa, aquella que, por tradición, en una final, suele ser del Real Madrid.

Imagen: El Comercio.

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