Psicología Deportiva

Intensidad en los deportes de competición colectivos

Existen pocas posibilidades de encontrar un entrenador en cualquier modalidad deportiva que, entre las cualidades que debiera tener el grupo o deportista que dirige, no mencione como prioritaria la intensidad. Y como ocurre en numerosas ocasiones, el uso y recurso abusivo de algo tiende a inocular la cualidad del vacío en conceptos sumamente importantes.

El mundo del fútbol goza de esa curiosidad intrínseca que conlleva los millones de ojos que lo contemplan y que, en ocasiones, con el descaro que otorga esa comunidad, convierte en casi baldío el esfuerzo de poner en orden la verdadera naturaleza de las cosas. Quizás por ello llamase la atención que en el último clásico, Messi no fuese pero fuese al mismo tiempo “el más rápido” en una jugada en la que definía y marcaba en comparación con quien le proporcionaba la posibilidad de ese recurso (Sergi Roberto) que había corrido más y más rápido que él desde el punto de vista condicional o físico.  Durante una misma jugada se pueden apreciar intensidades a distintas escalas, con distintas medidas y naturalezas e, incluso, distinto impacto en el transcurso de un partido. Y lo curioso no es que llame la atención, sino que pudiera alguien- o muchos-  no preguntarse por qué, cómo, ni para qué suceden esas cosas. Apreciarlo como una de esas paradojas que ofrece la vida y el fútbol y encogerse de hombros para acabar sentenciando en esa particular sabiduría que nada sabe pero que reconforta por ser compartida: fútbol es fútbol. Como si definir “algo” con ese “propio algo” pudiera zanjarlo todo sin más.

Es cierto que existe la posibilidad de entregarse con cierta felicidad y facilidad a los contrastes en el mundo del fútbol. A veces a costa de cercenar la capacidad o intención de análisis. Porque todo el mundo pide intensidad. A su equipo como aficionado, a sus jugadores como técnico, a sus compañeros como futbolista.  Porque la intensidad se confunde con correr, mucho y parando poco, si acaso una mínima pausa para poder recuperar y volver otra vez a la carga. Suficiente como para que pueda no entenderse mucho acerca de lo que va esto pero sí para echar mano de esas zonas comunes que pisan más los sentidos que la propia razón. Y se pasa entonces a afirmar que no se puede ganar si no se corre, que el “no pain no gain” es mantra no cuestionable y que “the sky is the limit” es predicable tanto para un deportista profesional como para el vecino del cuarto derecha- toda una cultura-. Pero el problema es que muchas veces los entrenadores también podamos emplear conceptos algo más solapados pero que posean la misma raíz u origen. Y eso ya sí que es un error, un absoluto y profundo error. Cifrar en cantidad lo que es calidad si no cualidad siempre acaba siéndolo.

Decía en cierta ocasión el Doctor en Psicología José María Buceta que la principal diferencia entre el que sabe y no sabe no está en el conocimiento sino  en el criterio y no le faltaba razón. Dentro del concepto holístico del fútbol es inseparable de lo técnico-táctico, lo físico y lo psicológico. Primordialmente porque se nutre de todo ello a partes iguales. La intensidad es la multiplicación de un modelo de juego con una serie de capacidades físicas y otra de variables psicológicas entre las que podemos citar la motivación, el nivel de activación, el estrés, la atención-concentración, la autoconfianza,  la comunicación interpersonal y la cohesión grupal. No se puede entender de forma separada. Por ello es tan peligroso su uso indiscriminado o por personal no especializado. Fundamentalmente porque erigirse en el nuevo Simeone algún domingo que otro puede traer el problema de pretender curar la gripe con aceite de ricino o, lo que es peor, echar más gasolina a un fuego que arrasa el grupo que dirigimos con la sana intención de apagarlo.

Porque, en realidad, el infierno suele estar repleto de buenas intenciones e intentar sacar a un equipo de una comprometida situación clasificatoria con esa “intensidad” tan especial nuestra es sin duda echar gasolina al fuego. Porque es lo que ocurre  cuando se pretende motivar a un grupo o  jugador elevando su nivel de activación o estrés con la excusa de que sean intensos. De tal manera que, quien se haya en una situación que desborda su límite en esas dos variables, es bastante factible  que no responda tan positivamente como si en su lugar se incidiese en la autoconfianza y/o limase con estrategias de intervención adecuadas esos excesos referidos.

Y es que ello, sin duda, y como todo, no solo se entrena, sino que deviene en algunos microciclos más importante que la propia fuerza o velocidad. Sobre todo porque es muy posible que, pulsando la tecla psicológica adecuada, se acerque uno a la verdadera realidad de un grupo o jugador y eso les haga “más fuertes”, “más resistentes” y “más rápidos”.

La intensidad se vive con un adecuado nivel de activación y estrés (no más), en el seno de la autoconfianza de los recursos individuales y colectivos propios, en la ejecución de unos principios y sub principios del modelo de juego propio, intentando contrarrestar o combatir lo propuesto por el adversario y, por supuesto, en el marco de la plenitud de unas capacidades físicas que están al servicio del conjunto y no el conjunto al servicio de ellas. Porque, como decía Jorge Valdano,  “el fútbol empieza en la cabeza y luego baja a los pies”. Porque  siempre podremos acordarnos de Juan Carlos Valerón que no era ni muy fuerte ni muy rápido ni muy resistente pero tenía sin embargo “esa particular manía” de entender todo esto.

Quizás, al final, todo se ciña  a aquella noche de Domingo en Madrid cuando Sergi Roberto fue “intenso” ejecutando aquella transición ofensiva, mientras  había compañeros que ocupaban los pasillos de progresión y Messi -¿quién si no?- comenzaba a leer la situación a espaldas de una defensa hipnotizada con su propio repliegue y aquel balón hacia su basculación diestra. Luego, quizás, también fuese “intensa” la aceleración y lectura del argentino (también a espaldas de esa línea defensiva “ciega”), aprovechando su hundimiento y marcas en inferioridad y ocupando el espacio generado para  resolver a su favor el partido. Y, para finalizar, quizás también podría alguien tener la tentación de considerar “intensa” la acción de un Luis Suárez que, dándole continuidad a su participación, mantenía la concentración-variable psicológica-bloqueando la salida de Nacho al disparo que les dio la victoria.

Al final, si te lo propones, la “intensidad” es tanto que lo es todo y, como todo lo sublime, cuesta entenderla y aprehenderla.  ¡Qué le vamos a hacer!

Fotos vía: Ser.

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