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En busca de Bobby Fischer

Hace veintitrés años que vi esta película y por entonces yo era un chaval de quince años que practicaba un deporte con un nivel muy aceptable. Llevaba años practicándolo, había sacrificado horas de ocio y de juego con mis amigos, horas de sueño al tener que madrugar todos los fines de semana para entrenar e ir a las competiciones.

Mi padre me ayudó en todo, me ayudó tanto que sobrepasó el limite. De los días de alegría en los que nos íbamos los dos a entrenar y todo eran risas, enseñanzas y buenos momentos, se pasó a la presión por tener mejores resultados, las malas caras cuando no te salían las cosas y a querer que se acabase el día lo antes posible.

Pues bien, la película de Steven Zaillain, me abrió los ojos y comprendí lo que me había estado ocurriendo los últimos años. Joshua Waitzkin era un niño prodigio del ajedrez al que le encantaba ir al parque a jugar partidas rápidas con personas que se ganaban un dinerillo intentando dar jaque mate. Tal era su talento que pronto despertó en su padre, Fred Waitzkin (interpretado por Joe Mantegna), la necesidad de orientar la vida de su hijo hacia el éxito convencido de que sería el nuevo Bobby Fischer. Para ello contrató los servicios de un entrenador, y la vida de Joshua empezó a cambiar… para mal. Pasó de ser un niño especial por su talento innato a ser una especie de máquina a la que tenían que programar para ser perfecto e invencible.

Todo esto nos puede sonar por que todos los padres pensamos que tenemos una figura del deporte en casa. Sólo nos fijamos en las cosas que hace nuestro hijo, si sus compañeros se equivocan, nos falta tiempo de torcer el morro en un signo de desprecio. Exigimos que todo lo hagan bien y les abrumamos con consejos que en muchos casos, por no decir en todos, son erróneos. Les sumimos en un grado de presión perjudicial para los niños que en muchos casos llevan a la frustración del padre y en el agotamiento mental del hijo.

A Joshua como a mí nos afectó de la misma forma. Dejamos de amar nuestro deporte. Sólo queríamos pasar un buen rato con nuestros amigos y con nuestro padre haciendo el deporte que nos apasionaba y acabamos desquiciados y aborreciendo los minutos que pasábamos jugando.

Fred Waitzkin entendió que era preferible disfrutar de la infancia de Joshua que presumir de tener un Bobby Fischer como hijo. A mi me costó dieciocho años sin disfrutar con mi padre del deporte que nos unía. Hoy en día he vuelto a practicar de forma amateur mi deporte, lástima que ya no esté mi padre para disfrutarlo con él.

Todos los padres tenemos la tentación en algún momento de buscar a nuestro Bobby Fischer particular. Ahora que soy padre también la tendré, pero yo no le voy a buscar, voy a dejar que sea mi hijo el que lo haga si quiere. Si prefiere solamente jugar, ahí estaré para disfrutar con él. Si os puede la tentación, no dudéis en ver esta película.

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