Andy Murray ha derrotado al español Roberto Bautista Agut en la final de Shanghai para hacerse con su tercera victoria en el torneo e igualar Novak Djokovic en ese aspecto. El resultado fue de (1)6-7 1-6.
Dos caballeros del tenis mundial saltaban a la pista central del Masters 1000 de Shanghai con una consigna muy clara: Ganar. Uno de ellos venía de firmar su mejor torneo como profesional en su carrera al haber derrotado a dos Tops 10 entre los que se incluía el número uno de la ATP. El otro, por contra, llegaba de haberse coronado hasta en dos ocasiones en dicha pista y buscaba colocarse el primero en la clasificación mundial. Las diferencias eran claras, pero el interés era el mismo.
Pocas veces el tenis regala una experiencia tan especial como disfrutar de un representante de tu país; y es que, muy a pesar de que España haya vivido la mejor época tenística en su historia, a día de hoy no es el mejor momento. Sin embargo, siempre existe un tapado, una personalidad que se encuentra escondida bajo cualquiera de las masas que componen este deporte de raqueta, y esta semana, el premio de esta fue la de Roberto.
Bautista, sin nada que perder y con mucho por ganar, no quiso perder punto alguno de manera arriesgada desde el primer peloteo. Ya se vio el respeto que ostentaba hacia Murray, quien lo había derrotado ya en dos ocasiones (ninguna de ellas en pista dura) y a quien no había tumbado jamás. El encuentro no iba a ser para nada sencillo, y este aspecto quedó bien claro en los primeros juegos. El intercambio se alargó y las roturas no surgieron cuando debían hacerlo, así pues, hubo que esperar al ecuador del set para ver algo de acción.
Y qué manera de dar acción… En el 3-3, el momento más importante de un partido, Andy quebró a Roberto a las primeras de cambio y se colocó, manteniendo el break, con un jugoso 4-5 que podía otorgarle el parcial. El problema llegó cuando todo estuvo visto para sentencia, en ese instante el español decidió ponerse el mono de trabajo y batallar hasta el final. Cayó así la quiebra, esa que significaba el poder agarrarse a ese hilo que prendía del cielo chino.
El nuestro estaba bordándolo. Murray era un retrato realizado por un niño de infantil al que se le había olvidado darle a su dibujo la coordinación. Estaba anulado, sin inspiración, casi sin aire. Llegaba sin fuerza a muchas de las bolas, mientras que su contrincante vapuleaba todo lo que caía en su lado. Por desgracia, esto no duró para siempre.
El escocés intentó salvarse asegurando el Tie-Break, y aquí terminó el enfrentamiento.
El segundo de la ATP se llevó la muerte súbita por 1-7 casi sin despeinarse y se apuntó el parcial de forma sencilla. Su búsqueda de su tercera corona en este Masters de Asia era lo que más le ayudaba a continuar dejándose la piel, algo que no iba a cesar hasta el final.
La manga definitiva fue, casi en su totalidad, un paseo del británico. Rompió en el 0-1, le contrarió el ibérico para apuntarse el 1-2, y, nuevamente, lo dejó atrás en para afianzarse en el 1-3. Roberto no tenía servicio, estaba anulado. Las tornas se estaban cambiando, y un tremendo tenista bailaba sobre la pista. Emulando a un Muhammad Ali que danzaba al estilo de las mariposas, Andy se asentaba en el 1-5 que daría pie al juego en blanco de la victoria.
‘Game, set, match‘, cantaba el juez de silla y Murray lanzaba la bola a un lugar que ni siquiera sabía cuál era. ¿Qué había ocurrido? Todo había acontecido tan tan rápido que pocos habían podido presenciar con detalle lo sucedido. Lo único que podía sacarse en limpio era el enorme logro de un inglés que, gracias al anillo de su esposa que siempre porta en el zapato, estaba cambiando el tenis; así como el esfuerzo de un español que, sustituyendo al Rey Nadal, había intentado conquistar el trono que nunca un compatriota suyo había alcanzado. Dos historias memorables que finalizaron de forma aún más memorable.
Así es el tenis, un juego de intereses en el que vence aquel que apuesta el máximo.
Imagen: Evening Standard.
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